Opinión | La vida moderna Merma

Cofrades todos

"Nos están colando una cantidad de goles que ni el portero del España-Malta con Señor de delantero"

cofrades todos

cofrades todos / Gonzalo León

Dicen que los potajes están más buenos cuando les pasa un tiempo desde que se guisan. Hay que esperar a que se templen para que liguen verdaderamente los sabores. Se puede, así, apreciar sus ingredientes en condiciones y disfrutar del plato en su mayor plenitud.

De igual modo es necesario saber dónde está el límite. Hay quien guarda guisos en la nevera mucho tiempo. Incluso quien los congela para prolongar en el tiempo cosas que, a pesar de ser comestibles, han perdido muchas de sus propiedades.

El tiempo siempre está. Queramos o no. Y es clave para determinar lo que es real. Lo que no era tan bueno como pensábamos. O simplemente el elemento necesario para actualizar cosas que, aparentemente están bien, hasta que echas la vista atrás y descubres que los auriculares sin cables son más cómodos que esos que usabas con el Walkman de Sony que te regaló tu abuela por tu cumpleaños.

La vida continúa. A pesar de nosotros mismos. Incluso de aquellos que en multitud de ocasiones nos aferramos a cosas que ya están caducas. En el término medio siempre encontraremos una clave necesaria para poner en valor las virtudes de lo que tenemos.

Los balances son, en ocasiones, un tedio para el opinador. Hay una necesidad en estos tiempos de tener que opinar de absolutamente todo. Y, oye, que a lo mejor no hace falta. Incluso ni es necesario. Pero el sistema nos guía por otros caminos. La sociedad de la inmediatez actual sumada a las plataformas donde u opinas o sales bailando en un video mientras enseñas carne, hacen que exista un numeroso grupo de personas con la necesidad de juzgar.

¿Y tú qué opinas? Pues mire no lo sé. Desconozco el tema. No controlo el asunto ni tengo los detalles como para emitir un juicio de valor. Puedo tener, en base a mi subjetivo criterio personal y mis vivencias, una percepción de la realidad que, a todas luces, no tiene pinta de ser la real en numerosos asuntos.

Pero eso ya da igual. Aquí hemos venido a opinar. A enjuiciar. A poner en cuestión. A pedir incluso responsabilidades - ¿? -. Pero, mientras todo eso sucede en los grandes foros romanos, la realidad camina serena a nuestro lado. Ignorando el mundo de tribulaciones en el que en ocasiones nos vemos inmersos.

Algo pasa. Es evidente. Tras dos años de pandemia hemos generado una dependencia importante en cuanto a las redes sociales y los medios se refiere. Y eso, como podéis imaginar, beneficia solamente a unos pocos.

Debatir es bueno. Reflexionar necesario. Y buscar la mejora de cualquier cosa una obligación moral. Pero en ocasiones, y casi sin darnos cuenta, estamos haciendo el juego a infinidad de terceros que se benefician de estos jaleos.

La Semana Santa de 2022 pasará a la historia como la primera que vivimos en plenitud -lluvia mediante- tras la pandemia que asoló al mundo, nos arrebató proyectos, ilusiones y -lo más importante- vidas.

Pero el sistema ya iba por otro lado. La Cuaresma, vista a través de las redes, tenía un olor sospechoso a podrido. Un tsunami de negatividad del que se retroalimentaban grandes masas y que, en muchas ocasiones, sobrepasaban los límites de la vergüenza y el decoro.

La vida real es todo. Incluyendo las redes. Negarse a ello es asumir un rol de ocultismo antes de salir de casa. Y, ojo cuidado, es bastante peligroso. Y triste. Como lo fue experimentar la alegría y el gozo por recuperar unos traslados fantásticos que, en lo virtual, eran desatendidos para globalizar el debate en torno al atuendo de una persona.

Me imagino organizando una gran cena en casa. Preparando todo al milímetro. Gastando lo que no tengo para ofrecer lo mejor y que, al llegar los invitados destacaran que en la vitrina hay un libro doblado. El sumun de la desvergüenza. El colmo de los colmos. La protesta porque la cucharilla en la que tomarás el caviar que te han regalado no es de tu gusto. Y pudiera no pasar nada. Porque el mundo está repleto de injusticias. Decía Santa Teresa que la vida fue una mala noche en una mala posada.

Pero hay algo que nos debe diferenciar del resto. Somos -se supone- un equipo diferente. Somos de los que leen para conducir y no de los que somos conducidos por no hacerlo. Nos debería caracterizar, en definitiva, ser buena gente. Y en ocasiones pudiera parecer absolutamente todo lo contrario.

La Semana Santa ha sido buena en lo individual para todos los que la conformamos. Pero en ocasiones he sentido cierto bochorno y pena. Lamento y tristeza al presenciar la promoción del escarnio público de nuestra vida en base a razones falsas, ridículas y malintencionadas. ¿Por qué no ha saltado nadie a defender lo nuestro mientras era pisoteado, usado y manipulado en medios nacionales? ¿Dónde están las voces frente al vídeo viral en el que tildaban nuestra Semana Santa de «vergüenza» ¿Cómo es posible rajarse las vestiduras por la composición de un recorrido, pero no hacerlo al ver cómo políticos de diferente color se sumaban a un carro de infamias y manipulaciones para intentar hacer caja con algo tan importante para nosotros? ¿Dónde estaban los cofrades 2.0. para identificar la cantidad de basura que nos han saturado durante la Semana Santa desde perfiles falsos y cuentas fake? Nos están colando una cantidad de goles que ni el portero del España-Malta con Señor de delantero. Y nosotros, mientras tanto, cogiendo alúas.

Está llegando la cosa a un punto en el que hay tantos opinadores e influencers que no va a haber gente a la que influenciar. Por mí, como si sale la Esperanza por Pinares de San Antón. Que allí estaré. Por mí, como si tengo que llevar mi cirio del Rocío por Cártama. Que con orgullo lo haré. Por mí, como si tengo que estar en la calle 14 horas. Más tiempo con mi gente disfrutando de lo que tanto echaba de menos. Y quizá ahí esté el problema. En que, en esto de la Semana Santa, no se trata de por mí. Debiera ser, por nosotros. Y puede que esté ahí el asunto. En que, siendo el mejor equipo de la ciudad, aún no hayamos aprendido a creernos lo que somos cuando nos unimos.

Hay tarea. Más allá de organizar cuatro calles y unas sillas. O nos acabarán comiendo.

Viva Málaga.

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