Opinión | La señal

El puente sobre el río CAC

El río corta la ciudad en dos como una cicatriz el tórax de la aspirante a la Expo 2027

Obras en el puente del CAC, hace unas semanas

Obras en el puente del CAC, hace unas semanas / Gregorio Marrero

La visión desde la orilla del CAC era impresionante. Al otro lado, en lo que un día fue un puente en malas condiciones que se demolió y que llevaba más de dos años sin reconstruirse, mareado el proyecto en los laberintos de la Gerencia Municipal de Urbanismo, algo así como el castillo de Kafka, parecía ahora, hace solo unos días - solo se trató de un espejismo- que empezaba a alzarse otro nuevo. La imagen de un operario subido a una máquina taladradora junto a otro, ocioso, que mira cómo lo hace, no tiene desperdicio. La estatua del hombre torcido que defiende el templo del arte que fue de Fernando Francés, hasta se resituó para apreciar mejor la comedia representada. Algunos viandantes también quedaron absortos con el espectáculo.

No es suficiente la tardanza, siempre justificada con expedientes y razones administrativas, sino que ahora solo dos hombres -y uno se limita, hipnotizado, a contemplar cómo su compañero trabaja- acometen la tarea. Pero los vecinos del lugar, de Comandante Benítez, pero también de las calle adyacentes -desde el parking de calle Salitre y hasta de Cuarteles y Plaza de Toros Vieja- comprobaron que el arduo trabajo de los dos operarios se prolongó durante varios días hasta que… de pronto cesó y no se supo más o, al menos, no todavía. Podría pensarse que después de tanto tiempo de estudio y proyectos, ponerse a trabajar en serio tampoco resultaba conveniente… porque el gran peligro de estas decisiones es que devienen en precedentes. Así que…

En otro orden de cosas, muy cerca de allí, se representa otra obra titulada «La arena de todos los años». El levante se lleva regularmente la arena -perdón, la tierra de las más dudosas procedencias, nada de arena fina y rubia- y semanas antes del verano se repone con cuidado de que no sepulte los plásticos, compresas y demás deshechos de consumo que demasiados pulcros ciudadanos dejan por doquier en los espacios en los que lucen las banderas azules de la burocracia comunitaria.

Pero es que el río -bueno, a veces es río porque lleva agua, otras está más seco que una mojama, que es lo frecuente- corta la ciudad en dos como una cicatriz el tórax de la aspirante a la Expo veintisiete, y su maloliente desembocadura se sitúa en pleno centro de la ciudad, para más inri. Los vecinos y transeúntes se han acostumbrado ya al no-puente, aunque lo más insoportable no es esto, sino los mosquitos en verano en la parte húmeda del curso y la pestilencia de las aguas residuales que hasta allí llegan y… bueno, los inútiles paripés de unos cubitos de cemento que desplazan las mareas y que el inmundo fango acosa. No obstante, siempre habrá una gran promesa de proyecto que todo lo ensueña.

Los cálculos que algunos se hacen acerca del tiempo de duración de las obras son muy inciertos porque, incluso, con avanzados modelos matemáticos las variables del Ayuntamiento son tan erráticas que las ciencias no alcanzan a predecir nada. Porque, vamos a ver, más de dos años de no coger el pico (igual a X), más el breve lapsus de dos hombres que trabajaron -uno lo simulaba- y su pronta cesantía, más la incógnita que siempre representa el futuro en este castigado litoral de la indolencia política -el saneamiento costero lleva demandándose más de treinta años- pues no arrojan, precisamente, muchas esperanzas. Sin embargo, acaba de celebrarse la Semana Santa y ésta siempre purifica algo, aunque en este caso por los desvaríos municipales y de la Agrupación más se pareció el paisaje al circuito del Jarama que a un desfile procesional conocido. Eso sí, el puente del CAC y la Semana de Pasión han tenido algo en común, nadie ha dimitido, nadie tiene responsabilidad alguna de nada y todo se debe a los hados, siempre desconocidos e inimputables -que nada tienen que ver con Putin, por supuesto-. Pero esto es lo que hay, me dijo un camarero próximo al lugar, que recordó aquel cisne, ya desaparecido, que durante días habitó un Guadalmedina en blanco y negro. Miguel de Unamuno lo expresaba así:

Ves al ocaso en limpio mar de plata

flotar vagos islotes de ceniza

celeste, entre las cuales agoniza

el dragón que los días arrebata.

Santa visión que el alma te rescata

del mundo que a su afán nos esclaviza

y la esperanza, de la fe melliza

despierta en ti. Y en ese que retrata.

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