Opinión | TRIBUNA

Javier Fernández López

Mélenchon

Jean-Luc Mélenchon, en un mitin en Lille

Jean-Luc Mélenchon, en un mitin en Lille / Mohammed Badra (REUTERS)

Tras las elecciones presidenciales francesas, a la hora de hacer un cierto análisis me he decidido por formular una hipótesis en torno a Jean Luc Mélenchon, que al frente de Francia Insumisa, quedó en tercer lugar en la primera vuelta (21,95% de los votos), fuera, por tanto, de la definitiva segunda.

Este político francés me resulta atractivo por muchas circunstancias, comenzando por sus orígenes, en los que hay abundante sangre española. También es notable su vinculación con África ya que vino al mundo en Tánger (entonces con estatuto de ciudad internacional, hoy Marruecos) pero de padres franceses nacidos en la actual Argelia. Su trayectoria política comenzó en las filas del Partido Socialista, siendo concejal, ministro y senador, aunque su popularidad se debe mucho más a las candidaturas a la presidencia de la República, tres hasta ahora, comenzando en 2012 fuera ya de las filas socialistas. Para esa elección creó una nueva formación, a la que puso como nombre Frente de Izquierdas y concurrió en coalición con el Partido Comunista, con los ecologistas y otras formaciones menores. Descontento con el lastre que suponían los partidos, a su juicio, decidió crear una especie de movimiento, Francia Insumisa, en la que su personalidad ha marcado todos sus pasos y con el que se presentó a las elecciones presidenciales de 2017 y 2022.

Entre sus propuestas más conocidas está la de refundar la república, dando por superada la quinta, la actual, creada por el general De Gaulle y que, para él, está lastrada por un excesivo liberalismo económico. Controvertida es su opinión de la Unión Europea, a la que no cuestiona, pero sí llama a una relectura de los tratados fundacionales.

También está en contra de la pertenencia de Francia a la OTAN y en relación con la invasión rusa de Ucrania su voz se ha alzado al frente de los pacifistas más radicales, negando cualquier clase de ayuda militar al agredido y sosteniendo que la única vía para conseguir el fin de la guerra es la diplomática. El mayor triunfo de todos estos años, para los suyos, parece ser el obtenido en estas últimas elecciones ya que en la noche del domingo 10 de abril los dirigentes que se reunieron en un hotel para conocer los resultados manifestaron una enorme alegría a pesar de su evidente derrota, siendo, eso sí, de forma muy clara, el más votado si dejamos de lado los dos primeros. Dentro de cinco años, en las próximas elecciones presidenciales, no podrá revalidar esta victoria ya que ha anunciado que próximo a los 75 años ya no será candidato.

Esta llamativa trayectoria hay que ponerla en contacto con el amplio espectro de sus votantes que, en la reciente segunda vuelta, han estado cerca de conseguir la derrota de Macron, al parecer el verdadero objetivo de Mélenchon en esa cita. Para saber su opinión organizó una encuesta a la que acudieron 215.292 afiliados, muy pocos para los analistas franceses e, incluso, para él. Un 38% afirmaron que votarían en blanco o de forma nula; un 33% que lo harían por el actual presidente y el 29% que se abstendrían. Hay que recordar que la opción de hacerlo por la candidata ultraderechista no estaba entre las opciones, aunque los resultados de la segunda vuelta sí constatan que seguidores de Francia Insumisa en la primera han votado a Le Pen en la segunda.

Y ahí quería llegar. Votantes de extrema izquierda o de extrema derecha, dependiendo de las circunstancias, algo incomprensible para alguien como yo. Un líder inequívocamente progresista, situado en el extremo más a la izquierda, consigue atraer a votantes que se supone con ideas próximas a las suyas, pero que, llegado el caso, no tienen problema alguno en votar a alguien muy de derechas, en el extremo opuesto al de Mélenchon. Por muchos análisis, incluso muy sesudos, que leamos no encontramos una respuesta razonable, por lo que lo único que podemos hacer es elaborar una cierta hipótesis, tan válida como cualquier otra.

Alguien de extrema izquierda sabe que no va a liderar un gobierno nunca, no hay votantes suficientes como para conformar una mayoría que lo sitúe al frente de la república ni del ejecutivo. Sus votantes puros son insuficientes. Para tratar de ampliar ese espectro solo tiene una opción: captar a todos los antis. Si ofrecer propuestas concretas de un hipotético futuro gobierno es complicado, ir a la contra es muy sencillo. En su día fue Hollande el mal a combatir y en 2022 lo ha sido Macron, y también la OTAN, la Unión Europea, el liberalismo o la guerra en Ucrania. Y como ejemplo perfecto de la búsqueda de aliados, ahí están los chalecos amarillos, ese movimiento sin ideología ni líderes, pero con el que el vínculo es muy fuerte: ir contra todo.

Militar. Profesor universitario. Escritor

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