Opinión | Sol y sombra

Patas arriba

Un sobresalto tras otro puede actuar como pegamento. Borges dijo que a los argentinos no los unía la alegría sino ese    espanto que el horror deja de producir cuando se repite demasiado. Este es un    momento, creo, en que los españoles estamos cerca de alcanzar un acuerdo tácito sobre lo espantoso, lamentable y dañino para la credibilidad de un país que puede llegar a ser un gobierno sumido en la sospecha interna y que proyecta, además, externamente una grave desconfianza. Poniéndose a tiro en esta nueva historieta de espionaje digna de Anacleto, que es el caso ‘Pegasus’, Sánchez se ha encargado de convencer hasta el último escéptico que está dispuesto a lo que sea con tal de seguir en la Moncloa, manteniendo atada a toda costa y a cualquier precio la misma sociedad que lo encumbró, y que se revuelve contra él todos los días en una ceremonia de la confusión que ya dura demasiado.

No hay donde atar un cabo y nadie sabe, tampoco, cómo hacerlo, porque a ningún presidente de gobierno de ningún país como es debido se le hubiera ocurrido confirmar públicamente, en medio de una crisis por escuchas telefónicas, que él también fue espiado, con el fin de aplacar los ánimos de los independentistas catalanes pero poniendo en entredicho la propia credibilidad de los servicios de inteligencia. Simplemente, la constatación de que hasta ahora el Gobierno no se ha enterado de que las conversaciones telefónicas de dos de sus miembros, entre ellos el jefe, eran vigiladas, es como para echarse a temblar acerca del funcionamiento de la seguridad en las altas instituciones del Estado. Todo ello bajo la terrible sospecha de que si Sánchez se sitúa en el plano de la víctima abriendo una nueva grieta en el sistema justo en estos momentos en que se ve acorralado es para salvarse él mismo poniéndolo todo patas arriba. El Partido Popular tuvo que salir en ayuda del Ejecutivo, asediado por sus socios, para evitar un mayor descrédito.

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