Opinión | EL CONTRAPUNTO

El Gran Hotel Villa Serbelloni, Bellagio

Interior del Gran Hotel Villa Serbelloni

Interior del Gran Hotel Villa Serbelloni

El lago de Como, en los confines de la Italia septentrional, representa desde finales del siglo XIX el triunfo de la inteligencia, la civilización y el buen gusto. Dejando aparte consideraciones estéticas o cívicas, es evidente que se merece nuestro respeto un destino turístico que desde hace un siglo y medio navega por lo más alto, por su admirable capacidad de generar riqueza y bienestar para sus habitantes, además de lograr ser ejemplar en la conservación de sus patrimonios.

Conservo como una pequeña joya una antigua guía turística Baedeker, dedicada al norte de Italia. Fue publicada en Leipzig en 1899. No es una casualidad que algunos de los espléndidos hoteles que jalonan hoy el lago de Como, ya existían en aquella época, según atestiguan las páginas amarillentas de aquel venerable vademécum. Entre ellos, el hotel que encabeza este pequeño artículo, la Villa Serbelloni en Bellagio o la otra joya de la corona de este lago perfecto: el Hotel Villa d’Este, en Cernobbio, al que ya dediqué con auténtico placer un artículo en el número de Febrero de 2007 de la revista Andalucía Única.

Bellagio es un bellísimo pueblo lacustre, de calles empinadas, con bellos ejemplos de la más recia arquitectura lombarda, dominado por la torre de la basílica de San Giacomo. Tradicionalmente ha sido considerado el más pintoresco del lago. El enclave divide las aguas en dos brazos, las del Lecco y las de Como. El Grand Hotel Villa Serbelloni, con un extenso parque de diseño neoclásico, que data del siglo XVIII, domina este promontorio. Hace ya mucho tiempo que venero ese lugar, con un fondo de aguas, arboledas, montañas de vértigo y pueblos donde no hay un sólo edificio que chirríe.

Otra prestigiosa guía, la Michelin del año 2008, dedicada a los hoteles y restaurantes de Italia, describía así al Serbelloni: «Prestigioso ed esclusivo hotel, all’estremità del promontorio de Bellagio, inmerso in un parco digradante sul lago. Ha ospitato regnanti e personalità da ogni continente». Y otorga al establecimiento su distintivo máximo, en rojo, reservado para los hoteles egregios. Esta breve descripción de la Michelin confirma dos elementos básicos de la augusta casa. Emplazamiento y características privilegiadas y la fidelidad de una clientela que no tiene inconveniente en pagar 800 Euros por noche por una habitación doble (el desayuno no está incluido).

Tuvieron mucha suerte aquellos viajeros que vieron Bellagio por primera vez desde la terraza de la antecámara del gran salón de la vecina Villa Carlotta, en Tremezzo, en la orilla opuesta del lago. Pues desde esa esta mansión, que fue regalo materno de boda, a mediados del siglo XIX, para la futura duquesa de Sajonia-Meiningen, Carlotta de Nassau, se disfruta de una vista inolvidable. Las aguas del lago, la escalinata y los jardines de la Villa y al fondo el pueblo de Bellagio y las maravillas que lo rodean. Como la Villa Serbelloni o la Villa Melzi. La joven duquesa pensaba que para contemplar Bellagio era preferible hacerlo desde lejos, por ejemplo, desde su residencia. Como si de admirar un gran cuadro o un Gobelino perfecto se tratara.

Esta última vez subí la cuesta que lleva al Serbelloni desde el embarcadero del ‘vaporetto’. Y confieso que de nuevo me emocionó el entrar en la gran explanada de acceso al hotel. Los hoteles mágicos nunca envejecen. Al contrario. Suelen ganar en calidad y soleras con el paso del tiempo. Paseé por las galerías con vistas al lago, una vez dejada atrás la eficaz y discreta Conserjería, saboreando los salones y admirando de nuevo los artesonados y los famosos frescos de la residencia palaciega que aquella noble familia milanesa mandó construir en 1850.

Pasamos revista a los hermosos muebles, las alfombras persas, la colección de tapices. A las espléndidas lámparas de cristal de Murano. Y el suntuoso restaurante a la Gran Carta, con sus lámparas de bronce y cristal tallado, reflejándose en los espejos de estilo Imperio. Y una grata sorpresa. Nos contaron que el hotel tenía un nuevo jefe de cocina. El maestro Ettore Bocchia, que en el 2005 había conseguido una estrella en la guía Michelin para el otro restaurante del hotel: el Mistral. ¡Qué genialidad la de los inspectores de la famosísima guía francesa! Detectar que era en el restaurante más discreto del hotel dónde se escondían las esencias de una cocina de vanguardia fascinante, la que se merecía con creces la estrella mítica.

La historia de Italia y de Europa, convulsa y dura en más de una ocasión, apenas había rozado al hotel. Lago arriba, en Dongo, en la primavera de 1945, los partisanos habían detenido al entonces caudillo de la Italia fascista, ‘Il Duce’. También a su compañera y víctima, la infortunada Claretta Petacci, con un grupo de jerarcas, cuando intentaban huir a Suiza. Fueron fusilados en Giulio di Mezzegra, no muy lejos de las tapias de la Villa Carlotta, al otro lado del lago.

Pero los tiempos cambian. Como casi todo cambia. Ahora el Serbelloni tiene un Spa espectacular. Como lo es la Residencia l’Ulivo, el nuevo anexo. Y los automóviles de los nuevos huéspedes son simplemente fascinantes. Y las archiduquesas rusas de antaño y los nobles ‘gentlemen’ de unas Islas Británicas que ya no existen como tales se esfumaron. Igual que los camisas negras del Fascio y sus enemigos, los partisanos. Ahora nos encontramos con los nuevos ricos que frecuentan las lujosas ‘boutiques’ de Bellagio, donde procuran no hacerse notar demasiado. El protagonismo de lo excelso sólo se sigue otorgando a la Villa Serbelloni y a sus recuerdos. El gran hotel del número 1 de la calle de Roma. Allí se levanta, inalterable, como una esfinge que solo ve sus perfecciones. Como la reina de los espejismos de lejanos y absolutos arenales.

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