Opinión | Notas de domingo

Violín de luz

Imagen de la exposición 'Málaga Abierta' que organiza La Opinión de Málaga en la calle Larios.

Imagen de la exposición 'Málaga Abierta' que organiza La Opinión de Málaga en la calle Larios. / Álex Zea

Lunes. Los más arrojados deciden que zarpemos. Y a los veinte minutos el velero peleón se mueve mucho. Al menos para mi gusto. Las olas son algo amenazantes. La mar está verdosa. Mi hijo se pone anorak con capucha y me pregunta si hemos traído patatas fritas. Después hay arroz en el club náutico y una breve sobremesa con vino blanco viendo las evoluciones de la nubes, de los bañistas y de los paseantes. De vuelta, enfilamos la vieja Nacional 340, convertida en inmesa calle llena de pop, de estímulos, casas y hoteles. Me pongo a trabajar en casa con un inopinado entusiasmo. La columna me ha salido un poco surrealista, pero al menos ha salido a una hora respetable. Es un lunes con hechuras de domingo.

Martes. Inauguramos la exposición de fotos organizada por este periódico. Margarita del Cid, alcaldesa de Torremolinos, me cuenta algunos de sus proyectos; charlo con Daniel Pérez, secretario provincial de los socialistas. Al alcalde De la Torre lo paran unos señores para hacerse un selfie. La mañana está indecisa, con estos ramalazos de lluvia e invierno a destiempo que nos va regalando mayo. Muchas autoridades, empresarios y anunciantes. No subo a tomar la cerveza posterior al acto, que se da en el Málaga Palacio. Imagino las vistas a esta hora desde ese privilegiado lugar. Imagino el sabor del primer trago cervecero y fantaseo con tener toda la tarde libre para contar desde esa atalaya los barquitos del puerto, las palmeras del parque, los cuerpos gloriosos o las nubes. Vuelvo a la realidad y a la redacción. Un compañero se sube una ensalada para almorzar. Cuando en la ensalada hay pelea, la lechuga grita: aquí hay tomate. Las gambas son la infantería de la mariscada. De repente caigo en que me he duchado esta mañana con un champú para rizos. Tarde sin historia. Por la noche vemos un capítulo de Anatomía de un escándalo. Esta entrega es un poco lenta pero me recreo reconociendo lugares de Londres. Me dan las tantas. Hago un conato de retomar una de las novelas que tengo en barbecho. Pero me alcanza la madrugada. La televisión, ya a muy bajo volumen, susurra algo sobre los extraterrestres. Antojo de dulces.

Miércoles. Interior noche. Una de esas coctelerías con briznas de art decó y ambiente a medias canalla a medias sofisticado. Hay un piano. Taburetes rojos. El cumpleañista se ha empeñado en que el gimlet sea la bebida de la velada. El camarero afirma que vendrán en vasos tipo teta de monja. Latigazo helado en el esófago, brindis. Cacahuetes y planes de viaje. La buena amistad conlleva estas euforias compartidas aunque a uno de los integrantes de este conciliábulo le viene, ademas, la euforia por el triunfo hoy del Madrid. Cavilo sobre cuántas veces se habrá empleado, se esté escribiendo a estar hora la palabra épico. Tengo en el estómago una cena suave y en el ánimo el deseo de exprimir el tiempo y no trasnochar demasiado. Hará años que no salía un miércoles.

Jueves. Plató. Sudores. Canal Sur. Ese milagro del maquillaje. El error no es trasnochar; es madrugar. Decía Alcántara que no hay que tener nunca prisa ni por irse a la cama ni por salir de ella. Amaya me envía un mensaje diciendo que he estado muy bien, por didáctico, hablando de lo del espionaje. Alivio. Pausa. Café de máquina. Sucesos. Pausa. Cuadro flamenco. Pausa. Urgencia mingitoria. Hablamos de muchos asuntos de actualidad y, finalmente, creo que ha salido un excelente programa de tres horas, vuelo al periódico. Almorzamos pasta y en lugar de sestear escribo y escribo despachando encargos. Aguardo al viernes a ver si (palabras de Pablo García Baena) «El nuevo día vibra como un violín de luz en el pulso de arritmia».

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