Opinión | La calle a tragos

Antología del ruido innecesario

La visita de los seguidores del Rangers mostró, en pleno debate sobre las despedidas de soltero, a Málaga transformada en un resort mallorquín de borracheras. En el ‘Malaguf’ de antes de la pandemia

Aficionados del Rangers en el Centro de Málaga antes de disputar la final de la Europa League en Sevilla

Aficionados del Rangers en el Centro de Málaga antes de disputar la final de la Europa League en Sevilla / Álex Zea

El refranero siempre anda ahí para ofrecernos ayuda y, sin rodeos ni diplomacia, ilustrar con escasas palabras lo que nos está sucediendo. El dicho de ‘no cabíamos en casa y parió la abuela’ arroja luz sobre la bacanal que se ha apoderado, esta misma semana, de esas calles del centro de Málaga en las que se está volviendo a las andadas.

Sin ir más lejos, la visita de los seguidores del Rangers de Glasgow -que en teoría iban hacia Sevilla- ha coincidido en el tiempo con el debate abierto sobre el regreso de las despedidas de soltero a esas arterias céntricas que, antes de la pandemia, ya se habían acostumbrado a ejercer como las tristes páginas de una antología del ruido y el vandalismo innecesarios. O lo que es lo mismo, ‘Málaga la bella’ transformada en un resort mallorquín de borracheras. O sea, en el Malaguf etílico que tantas veces fue antes de la pandemia.

De repente, la vuelta a la normalidad nos ha puesto a vivir en un ‘día de la marmota’ peligroso. Poco ha cambiado, menos se ha aprendido y nada se sigue planificando. Es la sensación que se experimenta ante el resurgir de un cuestionable parque temático en el centro de esta ciudad mediterránea.

Y, a su vez, son las conclusiones que se extraen de lo acontecido en Málaga y en Sevilla a raíz de la celebración en la capital andaluza de un partido de fútbol entre un equipo escocés y otro alemán. Menos mal que existía un precedente. Aquel de otra final en Sevilla, que tuvo lugar el 21 de mayo de 2003 y enfrentaba al eterno rival del Rangers, el Celtic de Glasgow, con el Oporto portugués. En aquella ocasión, pasaron bastantes días después del partido y la hinchada británica seguía deambulando hinchada -vale la redundancia- por su vía crucis costasoleño. Esta vez, ha parecido peor. Escoceses y alemanes sumaban cuatro veces más de los que cabían en el estadio. Por un lado, hemos asistido al absurdo consentido de viajar sin entrada. Y, por otro, a una batalla campal que resultaba previsible.

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