Opinión | Fuera de compás

Pánicos escénicos y existenciales

Enrique Bunbury, en un concierto.

Enrique Bunbury, en un concierto.

El otro día le vino la bajona a James Hetfield, cantante y guitarrista de Metallica. De alguna manera le flaquearon los ánimos y salió a dar un concierto en Brasil con el miedo en el cuerpo. Se puso a llorar en medio del bolo y confesó que se sentía demasiado viejo para continuar en el showbiz. James es una persona de alta sensibilidad y, de los componentes del cuarteto, el más proclive a las adicciones, la inseguridad personal y profesional, el hastío, la angustia vital, la ansiedad y la depresión. Quedó claro en aquella barbaridad de documental titulado «Some kind of monster», que venía a ser la oscura cara B de aquel otro, el triunfal «A year and a half in the life of Metallica». Al menos, esta vez contó con el apoyo de Hammett, Trujillo y, alabado sea el cielo, de Lars Ulrich, que nunca perdía la oportunidad de meterle el dedo en el ojo a su cofundador de banda. Los cuatro se fundieron en un abrazo encima del escenario y Hetfield recordó que, aunque así lo sintamos, nunca estamos solos del todo y, de paso, animó a la audiencia a buscar el apoyo y la comprensión de los demás en las noches más oscuras de nuestra mente.

Se está poniendo cuesta arriba esto de volver a tocar delante de tantísimas personas después del parón pandémico, giras aplazadas y aforos limitados. La máquina necesita lubricarse todavía para volver a picar carne a pleno rendimiento y estos dos años han sentado mal a muchos, que de repente se han topado con su edad real y con ciertas incapacidades para seguir siendo lo que eran. Bunbury abandona las actuaciones en directo por problemas en la garganta y la respiración. Joan Manuel Serrat también ha decidido poner el punto final a una gloriosa carrera. Elton John, lo mismo. Glenn Danzig está ahí ahí.

En el negocio de la música, Hetfield no es el primero en sufrir pánico escénico. Joaquín Sabina y Pastora Soler protagonizaron hace años un rifirrafe dialéctico a cuenta de sus dos episodios de canguelo superlativo. Charlyn Marshall, más conocida como Cat Power, que tocará en los Viveros durante la Feria de Julio, también ha sufrido este mal durante años. Eddie Van Halen, Adele, Brian Wilson, Barbara Streisand, Pavarotti y el mismísimo Príncipe de la Oscuridad, Ozzy Osbourne también lo padecieron.

Pero ¿y abajo del escenario? Algo de eso hay también, aunque habrá que buscarle un nombre. Tras una larga temporada de asistir a eventos con poca gente, casi siempre separada y sentada, y ejerciendo comportamientos cívicos tendientes a la exquisitez bajo la estricta vigilancia de agentes del orden, volver al mogollón junto a 20.000 seres humanos más que sudan, bailan, te derraman bebidas u orines por encima, te pisan, te tapan la visión y te dan codazos después de haber hecho horas de colas para entrar, beber y mear, te hace echar de menos aquellas sillas de resina blanca. La sensación de agobio a veces se hace insoportable. Además, para acabar viendo el show a través de una pantalla gigante a seiscientos metros del escenario como en un dvd en tu comedor prefieres quedarte en casa. Te hace pensar que, como James Hetfield y algún policía dice en las películas americanas, ya estás demasiado viejo para esta mierda.