Opinión | SOL Y SOMBRA

La felicidad, ja

Hace tiempo que nos acostumbramos a confundir la felicidad con simplemente pasárselo bien o estar contentos, que siempre es subjetivo pero al menos resulta tangible y puede llegar a producirse. Igual que lo pasamos mal. La felicidad, en cambio, no es más que una ilusión vagamente sentimental de la que nunca aprendemos a comprender el verdadero significado. Las criaturas realmente felices son escasas y apenas presumen de serlo; el resto vivimos de sucedáneos, nos conformamos con no ser unos desgraciados. No paro de leer declaraciones de personajes con dentaduras que no han nacido en su boca que se muestran felices. En realidad nadie lo es del todo, pero la mayoría hemos creído serlo alguna vez como la aceptación nostálgica de un estado alejado del conocimiento.

Seguro que han oído a más de uno exclamar “¡qué felicidad!” cuando lo que está expresando es alivio, sopla una brisa agradable en medio del bochorno o le acarician los rayos de sol. Pero la felicidad, por mucho que se quiera relacionar con el astro rey, no tiene que ver con él. Parece ser, los daneses son el pueblo más feliz del mundo mientras que España ocupa el segundo lugar europeo en infelicidad. Nadie lo diría por lo aparentemente contentos que estamos y lo mucho que disfrutamos de las cosas de la vida. La supuesta felicidad danesa tiene que ver con una palabra, hygge, que no dispone de traducción a otros idiomas y que salvo en Dinamarca nadie entiende. Puede que esté relacionada con las pequeñas ambiciones allí cumplidas que no se cumplen en otros lugares. O, al contrario, con la falta de ambición.

Igual que cuando hablamos de paz me viene a la cabeza la capital de Bolivia, la felicidad suena a aquella vieja canción tonta y pegadiza de Palito Ortega de finales de los 60 de júbilo desmedido. Como el asunto se reduce a estar contentos, muchos nos conformaríamos con que el Madrid nos alegrara en París la noche del sábado ganando la Decimocuarta.

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