Opinión | El Palique

Un señor grita

un señor grita

un señor grita / Jose María de Loma

A las diez y pico de la mañana la Alameda de Colón es Costa Desayunos. Bajando, en la margen izquierda, se suceden numerosos establecimientos de mayor o menor sofisticación o solera donde oficinistas, abogados, muchos en la zona, clientes, desocupados, litigantes, amos de casa y seguramente filatélicos y rentistas dan cuenta de tostadas suaves con buen aceite; panecillos con mantequilla y mermelada, bocatas delicados o bastos, jamón, cafés y zumos.

La rotación en las mesas es mucha y si se pasa por la misma terraza al cabo de veinte minutos verá caras nuevas. Casi ganado el Muelle Heredia tuerzo a la izquierda buscando sombras y atravieso el Soho, que a esta hora es transitado por un considerable número de personas de muy diverso aspecto, si bien uno queda reconfortado al no ser, ni mucho menos, el único que va en pantalón corto y camisa de manga larga. La feliz hora de los desayunantes, que dijo González Ruano. Doy a La Alameda y me pongo a hacer que hablo por teléfono para que no me dé el latazo uno de esos voluntarios que quiere afiliar a los viandantes a Médicos del Mundo. Una señora, captada por sonriente muchacha, dice: ¿Médicos por el mundo? ¿eso no es un programa de televisión?

Aprieto el paso. Hubo un tiempo en el que creí que apretar el paso era pisar más fuerte y no dar pasos a más velocidad. Pero meto un poco el turbo más que nada para no tener que saludar a un conocido que creo que me ha visto y que tampoco quiere saludarme. En un semáforo de La Alameda hay un señor con un gran parecido a Buenafuente. Yo creo que ponen dobles de Buenafuente por toda la ciudad cada vez que yo voy a darme un paseo. Es un Buenafuente que quiere colarse en la columna, en este artículo, si bien es un Buenafuente que no va vestido de negro y que tiene la perilla un poco más canosa. Va siendo hora de tomar un café. El doble de Buenafuente enfila hacia la calle Larios. Yo por mi parte doy un rodeo para sentarme en la plaza de las Flores, que es una plaza terraza, plaza no plaza, plaza fallida. Un señor grita pidiendo dos euros para un café. En una de las cafeterías predomina el público local y en otra se sientan extranjeros sobre todo. Un señor está leyendo The Times pero de vez en cuando levanta la vista del periódico y mira al cielo como si esperara algo, diera las gracias o no creyera que puede ser tan azul y limpio. Yo sin embargo veo una nube. Nunca hay cielo a gusto de todos. Una llamada inoportuna (¿las hay oportunas?) me hace cambiar los planes y camino como si fuera un médico requerido para un parto repentino. Paseo interruptus. Me veo trotando malamente, sin desayunar y con el sol ya serio en todo lo alto. Planazo.

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