Opinión | EL OJO CRÍTICO

Ha nacido una estrella

El vicepresidente de la Junta de Castilla y León, Juan García-Gallardo

El vicepresidente de la Junta de Castilla y León, Juan García-Gallardo / Isabel Infantes - Europa Press

Lo bueno que tienen los cargos del partido ultraderechista Vox es que basta ponerles un micrófono delante para que no puedan evitar meter la pata diciendo lo que realmente piensan. Las pocas intervenciones públicas que ha hecho hasta la fecha el vicepresidente de la Junta de Castilla y León, Juan García-Gallardo, un mozalbete de poco más de treinta años, han conseguido que en unas pocas frases sepamos mucho más del ideario de Vox que en decenas de insulsas declaraciones que dirigentes de Vox sueltan a diario en los medios de comunicación y en las redes sociales. Es por ello que al responder a una procuradora de las Cortes de Castilla y León que necesita una silla de ruedas no dudó en empezar su alocución aclarando que iba a tratar a esta procuradora «como si fuese una persona como todas las demás». Dejando al margen algo obvio que García-Gallardo debe desconocer, es decir, que una persona con cualquier clase de discapacidad tiene el mismo valor e importancia que cualquier otra que no la tenga, lo que subyace siempre debajo de las pocas declaraciones que ha hecho es un pensamiento profundamente reaccionario propio de otra época y alejado de la realidad española.

En su primera intervención en la Cortes de Castilla y León afirmó que había trabajado en el sector privado más años que otros procuradores con bastantes más años que él. Lo que se olvidó decir es que los años que ha cotizado a la Seguridad Social ha sido posible gracias a que poco después de terminar la carrera de Derecho, y tras un breve paso por Madrid, comenzó a trabajar en el despacho de abogados de su padre. Teniendo en cuenta las barbaridades que dice este buen hombre sus posibilidades de encontrar trabajo en otro despacho, así como en cualquier otra empresa, hubiesen sido nulas. Durante los últimos meses los dirigentes de Vox han repetido de manera cansina su intención de terminar con las comunidades autónomas por ser fuente de despilfarro de dinero público. Sin embargo, García-Gallardo (¡qué pesadez de apellidos compuestos!) no sólo puso como condición formar parte del Gobierno de la Junta de Castilla y León para poder dar su apoyo a Alfonso Fernández Mañueco, sino que su cargo de vicepresidente está vacío de funciones. Resulta curioso, por tanto, que los dirigentes de Vox repitan de manera constante a su electorado que si gobernasen terminarían con lo que llaman chiringuitos y con las ayudas a mujeres víctimas de violencia de género, pero en cuanto tocan algo de poder se instalan en los sueldos públicos y de ahí no hay quien les saque.

Juan García-Gallardo, que durante las últimas elecciones autonómicas de Castilla y León aseguraba que se presentaba para regenerar la política y para acabar con las comunidades autónomas por el despilfarro que suponen, ha conseguido, de momento, un sueldo de 80.000 euros al año siendo su único cometido sustituir al presidente de la Junta de Castilla y León cuando se ausenta por algún viaje institucional. Poco a poco Vox va aclarando su verdadera forma de ser. La de un club cerrado de aprovechados que han constituido un partido político para vivir de la política haciendo creer a sus votantes que en realidad son sufridores que se sacrifican por el bien de España. El ejemplo por excelencia es el de su fundador, Santiago Abascal, que, como todo el mundo sabe, se inventó Vox cuando después de 20 años viviendo de la política, y sin tener oficio ni otra ocupación conocida, el Partido Popular dejó de inventarse para él puestecitos de 60.000 euros al año.

Lo peor de Juan García-Gallardo no es que se haya inventado una biografía personal con supuestos importantísimos puestos de trabajo en el área jurídica de multinacionales extranjeras (como si estas empresas fueran contratando para trabajar como ejecutivos a críos de 22 años). Tampoco que vaya presumiendo de experiencia laboral y de ser un gran abogado cuando la realidad es que si ha podido ganar algo de experiencia laboral ha sido gracias al despacho de abogados de fundó su abuelo en pleno franquismo. Tampoco sus tuits racistas publicados en una conocida red social pocos meses antes de presentarse por Vox a las elecciones en las que soltaba perlas como «Me parece una gran idea recuperar a Raúl para la Eurocopa. Hay que heterosexualizar ese deporte repleto de maricones» o «Qué ridículo que las mujeres exijan igualdad de trato, cuando lo que quieren es seguir siendo tratadas igual de bien que hasta ahora». Ni siquiera que como todo buen señorito franquista de provincias se dedique a la hípica y hable con tono impertinente de perdonavidas que desprecia a los homosexuales, las mujeres feministas y la democracia. Lo peor de todo es su desprecio por los discapacitados y por cualquier persona que considera inferior a él.

Pero no todo son malas noticias. En los años 70 García-Gallardo hubiese sido un jovencito falangista, un romántico vamos, que hubiese ido a cazar rojos con guantes de cuero y una cadena a las manifestaciones contra el franquismo. Hoy se sienta en una tribuna y cobra por no hacer nada.

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