Opinión | DE BUENA TINTA

Un septiembre para descansar

El verano es el verdadero fin del mundo: una suerte de cabo de Finisterre donde pareciera que, más allá de sus linderos, no encontraremos más que el vacío y la nada eterna. Y ello siempre que, por supuesto, sobrevivamos al barullo estival y no muramos en el intento, que esa es otra.

Ni que decir tiene que concluir de la mejor manera posible el curso escolar de los infantes insertos en el núcleo familiar se hace cuesta arriba y más allá. Porque, puestos a hablar de concluir, mire usted, quepa dejar constancia de que la salud del verbo depende muy mucho de que la consabida despedida hasta septiembre no traiga aneja la imprevisible gestión del pulso a algunas asignaturas pendientes. Es entonces cuando uno se acuerda de aquellas tramas de Vacaciones Santillana, cuyos cuadernillos tenían el atractivo de lo voluntario, y no la pesadumbre hipotecaria de las materias en entredicho: unas trabas, más castigo de padres que aleccionamiento de hijos, que, a lo largo del estío, cuestionarán y delimitarán hasta el tiempo dedicado a comerse un espeto. Y no sólo respecto a los minutos del zagal señalado, sino en relación a los relojes de toda la tropa: porque aquí, si suspende uno, suspendemos todos.

Pero el verano, con todo lo anterior, también implica acuerdos vacacionales, laborales y familiares. De la conciliación de la vida laboral y familiar ya hablaremos en otra ocasión, pues es mejor no meter a los perros en danzas cuando, ya por sí solos, danzan más de lo conveniente. En cualquier caso, ya saben ustedes, tanto o más que yo, que el verano ocioso es una fantasía que sólo afecta a los escolares y sus docentes. Gestionar el encaje de bolillos de la agenda materna y la paterna para mantener la sombra responsable de alguno de los progenitores sobre el quehacer de los hijos y las obligaciones que nos regala el Derecho Natural y el Código Civil se hace más que complejo. Y no es que uno no quiera trabajar: de sobra saben que es precisamente el trabajo lo que nos salva de mucha discusión bizantina en el ecuador de la trama adolescente. Pero no es igual comparecer en el hogar después de la jornada laboral y que los zagales regresen del colegio picados como toros, que encontrárselos al mediodía sin obligación alguna, rollizos, saludables, frescos, descansados y lozanos, como potros salvajes del prado recién amanecidos.

Por lo demás, si uno tiene hijos, desaparece el clásico debate entre mar y montaña, tan reflejado por Escobar en las correrías de Zipi y Zape, pues, hoy por hoy, lo único que les importa es que el contexto de las vacaciones se presente con wifi, aunque puedan tener frente a sus ojos la octava maravilla del mundo.

Y es así, entre las moscas de Vivaldi y la barbacoa de Georgie Dann, que el verano acontece y se estira entre conflictos, cambios y desajustes; de manera que, más que vivirlo, pareciera que uno está llamado a sobrevivirlo.

No olviden que unas vacaciones sosegadas son claramente incompatibles con la crianza, mientras que las disfrutadas en aquellos contextos propios de los infantes no son, evidentemente, un retiro, puesto que, si ya cuesta bregar con la zagalería propia, tanto más con la de aquellos otros que, buscando idéntica redención, aterrizan y convergen en el mismo lugar para hacer también lo que buenamente puedan con sus bueyes.

El verano se ofusca y se contradice, no es nada cómodo, está sujeto a terrales y a incertidumbres horarias capaces de atosigar las murallas de cualquier grupo humano. El verano es el fruto conflictivo que emerge de la triste realidad que fluctúa entre lo que se espera y lo que realmente es: tiempo ignominioso de depresiones y divorcios.

Pero no queda otra que atravesarlo, quizá sin mirar demasiado a los lados, cerrar los ojos, apretar los dientes, barrer la arena, comprar Nivea, capotear la salmonelosis a ritmo de pasodoble y blindar esa ficticia potencialidad de la paga extra que, sin duda alguna, está más que gastada antes, siquiera, de haberla cobrado.

Y mientras tanto y con todo ello, ¡ay!, a la par que la trama del verano se desarrolla y se expande, aguardaremos con visos de una más que añorada esperanza la llegada de ese septiembre salvífico y sus rutinas: las indubitadas luces de ese septiembre para descansar.

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