Opinión | TRIBUNA

La realidad educativa y el profesorado

Grupo de estudiantes en un aula

Grupo de estudiantes en un aula

En esta ocasión queremos hablar de aspectos de la vida ordinaria de la ciudadanía, que son un indicador de nuestro nivel de formación, de nuestra educación en el amplio sentido del término.

El futuro se construye con el conocimiento y la solidez que da conocer la historia y analizar los aciertos y los errores con rigor y con objetividad, para avanzar en los aciertos y sobre todo para no repetir los errores. La España de 1970, con un elevado porcentaje de población analfabeta y con una recién estrenada Ley General de Educación que se puso en marcha con el objetivo de escolarizar a toda la población de 6 a 14 años y que con la voluntad y la generosidad de los maestros. En aquel momento cada silla vacía de una escuela estaba ocupada por un niño, éramos más pobres, teníamos una sociedad menos instruida, pero nuestros abuelos tenían unos valores educativos de gran profundidad y solidez: saludar, pedir las cosas por favor, respetar a los otros, aceptar las normas de convivencia, ayudar a las personas... En general, ¿se podría decir que éramos más pobres pero más educados?. Los avances de las tecnologías de la información y de la comunicación son imparables y de hecho el mundo ya no se concibe de otra manera, lo que no está en internet no existe, pero otra cosa es asimilar esos cambios y hasta donde se tienen que integrar en beneficio de la ciudadanía, en el mejor sentido del término.

El sistema educativo andaluz con cerca de dos millones de alumnos, más de ciento veinte mil profesores y más de siete mil centros educativos ..., sin duda una gran organización administrativa que, junto a la estructura sanitaria, es la que tiene mayor potencial de relaciones y más afecta a la vida de los ciudadanos. Si nos referimos a las dos últimas décadas, podemos decir que se han realizado grandes avances en la organización del sistema y de los centros educativos como eje del mismo. Ahora bien, el punto central de su buen funcionamiento está en el profesorado. La Consejería de Educación debe cuidar de sus profesoras y profesores, debe orientar, debe comunicar, debe garantizar que tengan la información y la formación necesaria para desarrollar eficientemente su tarea educativa, esa es la clave para no caminar por otros derroteros. Y debe también controlar que se cumplen las normas de funcionamiento del sistema educativo y sus centros docentes. La labor del profesorado es la educativa, no es la administrativa de cumplimentar datos, millones de datos de difícil o imposible acceso para la ciudadanía y que suelen servir para una utilización poco educativa y que dista bastante de lograr ciudadanos activos, con una formación integral, participativos, democráticos y críticos, que estén preparados para construir y desarrollar su proyecto personal de vida desde un planteamiento solidario y con una visión de futuro y cuidando el planeta en el que vivimos.

Lo ocurrido estos dos últimos cursos, con la pandemia, nos ha situado de nuevo en la obligación de evidenciar la gratitud al profesorado, que se ha sentido sólo, ha llorado, ha improvisado soluciones que nadie tenía, porque estábamos ante una situación nueva para la que no teníamos preparación ni había soluciones mágicas. El profesorado puso, ha puesto y está poniendo, la cabeza y el corazón para que las escuelas fueran lugares seguros, ya que su cierre perjudicaba y de hecho ha perjudicado, sobre todo, al alumnado más desfavorecido. Una crisis sanitaria y otra crisis económica han llevado al aumento de la desigualdad, a acrecentar los problemas de las familias más vulnerables y basta observar la situación de los colegios de las zonas más deprimidas económicamente. Las ganancias de los bancos y de las eléctricas crecen exponencialmente y en esa dimensión aumenta la pobreza y la desigualdad.

Sirva esta reflexión de reconocimiento y apoyo al profesorado, que nunca debe olvidar los principios éticos y ejemplares de su conducta, que son el espejo en el que se miran sus alumnas y alumnos, que son los ciudadanos del futuro y que van a ser los actores para el avance de la sociedad y para construir un futuro mejor. Esa es sin duda, la grandeza de la educación, y ese reconocimiento es el mejor regalo que puede tener el profesorado, que con generosidad y una gran dedicación, ha sabido estar a la altura de las necesidades sociales en unos momentos de tanta incertidumbre y de tanta desolación.

En palabras de Andreas Schleicher, “la mayor causa del fracaso escolar es la pobreza” y el sistema educativo público, tal como recoge nuestra legislación, debe garantizar la igualdad de oportunidades de todo el alumnado que es la premisa para utilizar el talento de un país en beneficio del propio país.

En la educación siempre puede existir un margen para la mejora, pero es necesario un rearme social de la labor del profesorado y que la importancia de su trabajo no sea solo recogida normativamente con la presunción de veracidad que la ley ampara, sino integrada en la cultura de la comunidad educativa de cada centro y de toda la sociedad como corresponde a su imprescindible tarea. Todos los esfuerzos del profesorado deben estar apoyados por todas las familias, toda la sociedad y especialmente por toda la Administración educativa.

* Anunciación García Díez, exinspectora de Educación de la Junta de Andalucía

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