Opinión | EL OJO CRÍTICO

¿Por qué debemos avergonzarnos del turismo?

Con gran acierto resumía hace uno días David Navarro, periodista del Diario INFORMACIÓN, perteneciente al Grupo Prensa Ibérica, un estudio estadístico del Instituto Nacional de la Seguridad Social relativa al número de alicantinos que reciben alguna clase de ingreso del Estado frente a los que no. El resultado es llamativo e incluso sorprendente. Sino fuera por el continuo estado de sobresaltos en el que vivimos por cuestiones políticas y económicas, la noticia de que el 45,7% de la población alicantina recibe algún tipo de prestación del Estado debería haber sido debatida en periódicos, radios y televisiones de la Comunidad Valenciana por lo que implica este dato. Tampoco hubiera estado mal que los dirigentes de los principales partidos políticos de la Comunidad Valenciana hubiesen hecho algún comentario al respecto. Esta cantidad incluye tres grandes grupos: funcionarios, pensionistas y parados.

Se demuestra una vez más la importancia que tiene para la vida de los ciudadanos un Estado estructurado como un Estado social y democrático de Derecho, tal y como define la Constitución a nuestro país. En el fondo lo que sostiene las instituciones y el mismo sistema democrático es una forma de entender la vida moderna según la cual todos los habitantes de un país tienen que, en la medida de lo posible, avanzar de manera unísona, ya sea en lo económico, pero también en lo cultural, para que no se produzcan quiebras sociales que deriven en Estados fallidos. Lo contrario sería volver a la Edad Media. Y para ello resulta fundamental que la Hacienda Pública recaude de cada ciudadano lo que sea justo, es decir, en función de sus circunstancias personales y familiares y de sus ingresos económicos. La idea que subyace es que todos aportemos según nuestras posibilidades para que nadie se quede atrás, lo que beneficia a la sociedad entera al mismo tiempo.

Y en este contexto, en el de que casi la mitad de la población alicantina recibe algún ingreso público, hay que recordar la importancia que el turismo tiene para la Comunidad Valenciana y de manera especial para la provincia de Alicante. Por eso resulta tan extraño el empeño de una parte de la izquierda valenciana por desprestigiar el turismo y por ponerle todas las cortapisas posibles. Los argumentos son y han sido variados; que si estropean el medioambiente, que si la mayoría de los visitantes extranjeros son unos borrachos que hacen balconing, que si hacen subir el precio de las viviendas, que si se aprovechan de nuestra sanidad, etc...

Cualquier otro país de nuestro entorno desearía tener nuestro número de turistas que visitan España cada año. Hasta la llegada de la pandemia, que trastocó todos los elementos habituales de nuestras vidas, éramos el segundo país del mundo en visitantes extranjeros. En ocasiones se ha hablado de que países cercanos como Túnez, Turquía o Egipto son competidores de la Comunidad Valenciana en cuanto al concepto de sol y playa. No lo creo. Basta conocer alguno de estos países, haber viajado por ellos, para darse cuenta de que están muy lejos de la calidad de nuestras playas, nuestras infraestructuras y nuestro buen hacer. España se encuentra, en número de visitantes, sólo por detrás de Francia, Y razones hay para ello. Para sentirnos orgullosos.

Pero a pesar de que somos la envidia de todos los países del ámbito mediterráneo por cuanto la industria turística tiene un impacto transversal en la sociedad que permite, entre otras cosas, mantener esa protección del 45,7% a la que antes me refería, en algún momento de los últimos años cierta parte de la izquierda valenciana se apuntó a la moda de hablar mal de turismo, de conceptuarlo como algo cutre y molesto. Esta moda ha sido uno de los causantes de las dificultades que tienen los establecimientos hoteleros y hosteleros de la Comunidad Valenciana de conseguir personal para trabajar, pero también ha supuesto que la derecha política se haya erigido como supuesto único defensor del tan necesario modelo turístico para la economía española. ¿Por qué hay que avergonzarse de ser un país turístico? Un misterio.

Ejemplos de este intento de, repito, cierta parte de la izquierda, ha sido la aprobación de la llamada tasa turística (una multa en realidad) y el hostigamiento (no regulación) a los pisos turísticos en algunas ciudades. En la ciudad de Valencia se van a subastar unas casas en ruina del barrio del Cabanyal, una zona muy degradada por la delincuencia y el tráfico de drogas en plena playa de la Malvarrosa. La vicealcaldesa Sandra Gómez, del PSPV, ha advertido que como alguno de los compradores rehabilite una de esas casas sacadas a subasta para hacer una vivienda turística se le expropiará la casa al dueño y no se le devolverá el dinero. Si algo le hace falta a este barrio valenciano olvidado por los partidos políticos cuando gobiernan es precisamente que se convierta en un barrio turístico. Por otra parte, alguien con conocimientos jurídicos debería informar a Sandra Gómez que su amenaza roza la prevaricación y que gobernar en base a obsesiones personales es lo contrario al ejercicio de la política.

Suscríbete para seguir leyendo