Opinión | TRIBUNA

De mal en peor

Con frecuencia, la labor del docente no es reconocida por la sociedad, o mejor dicho, por determinados padres. No ocurre a menudo, afortunadamente, pero algún docente ha tenido que recurrir a los tribunales para que se haga justicia. Para eso están. La frustración se multiplica cuando esta justicia ciega sigue siendo tan insensata como el resto de la sociedad. Con lo cual se va generando mucho más desaliento y desmotivación por parte del profesorado y maestros. No termina de apreciarse la magnífica labor del educador, pues son los profesores y maestros los que forman a las futuras generaciones que tendrán que sacar a este país, que tanto queremos, adelante.

De nada sirven nuestras preocupaciones y desvelos. Ni las horas que echamos para sacar a flote a esos «casos perdidos», haciendo no solo de profesor-a sino también de educador-psicólogo y transmisor de valores éticos y morales. En muchos casos ya vienen contaminados de casa y la tarea es ardua, pues nos topamos de bruces con el progenitor de turno que malcría o maleduca a su hijo (o hija), con lo cual se suele avecinar tormenta. Puede ocurrir que el padre del alumno se acerque al centro en cuestión para pedir explicaciones: quizás prefiera que sigamos maleducando a su descendiente y profundicemos aún más en su particular forma de educar. Algunos llegan como un matón de barrio. Entonces experimentas en primera persona eso del palo y la astilla. Y se pasa miedo, vergüenza, abatimiento y desolación.

Hace unos días me puse en contacto con una antigua compañera de trabajo de otro instituto. En muchas ocasiones las conversaciones entre compañeros resultan terapéuticas, pero esta vez su testimonio me dejó helado y absolutamente desanimado. A veces pienso, no sin motivos, que vamos de mal en peor.

La profesora en cuestión, vamos a llamarla Lorena, entre sus alumnos tiene a una chica adolescente de Bachillerato que destaca por sus malas calificaciones, suele suspender y, cuando aprueba, es que ha copiado descaradamente haciendo eso que se conoce como ‘cambiazo’, o utilizando otros medios más tecnológicos. Lorena se dedica a enseñar no solo nuestra Gramática y nuestra Literatura sino también ha de vigilar su educación y aprendizaje. Lorena, a su vez, es tutora de esa pupila y ha de informar de las calificaciones y de todo lo referente al aspecto académico del alumno. Los tutores son mediadores, lo mensajeros de la información que reciben del resto del profesorado, esto es, canalizan y transmiten datos de interés para los padres. El progenitor, lejos de colaborar con la profesora-tutora, que a su vez informaba al padre de lo mal que iba su hija en las demás asignaturas, acude al centro igual que un energúmeno, esto es, maleducado, incivilizado, bruto y agresivo. Gritando y amedrentando.

El error de estos especímenes consiste en creer que en el centro educativo vamos en contra de su hijo o hija; en lugar de dejarse llevar y cooperar con los profesores en la formación personal e intelectual de su hijo. Ocurre algo parecido con las agresiones constantes que están sufriendo los médicos y sanitarios en sus consultas.

Sin embargo, es mucho peor que el gobierno y la justicia (voy a escribirlos con minúscula) no apoyen a los educadores ni a los sanitarios, por lo que se consolida el estado y el rumbo tan denigrante que va tomando la Educación.

Durante el período Imbroda, que en paz descanse, no hubo consenso en esto de consolidar la autoridad del profesorado. Solo el año pasado se registraron casi 34.000 agresiones, insultos y humillaciones. Como promedio, más de un 30% de nuestros docentes sufre cada año una agresión. La de Lorena ha sido una más. La jueza ha absuelto al energúmeno, a pesar de la cantidad de pruebas, testigos y testimonios presentados. No sé qué está pasando en esta sociedad, pero se sigue apoyando al agresor en la mayoría de los casos, incluso jurídicamente, ninguneando al agredido. Vamos de mal en peor. A los hechos me remito.

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