Opinión | Tribuna

El último tablao flamenco

Fachada del Tablao de Ana María 'Los Chatos'

Fachada del Tablao de Ana María 'Los Chatos' / Francisco Moyano

En el mes de octubre de 2017, tan discretamente que incluso los muy amigos no lo supieron hasta días después, falleció la bailaora Ana María Moya Rojano, simplemente Ana María. Desde que en la segunda mitad de los años sesenta abrió su tablao flamenco en la plaza del Santo Cristo, se convirtió en uno de los personajes más queridos y luchadores de una ciudad que daba pasos de gigantes en la consideración de potencia turística. El tablao de Ana María fue el punto de encuentro de cuantas personalidades visitaban Marbella. Resultaba muy recurrente una cena de alta categoría en el mítico restaurante La Fonda, también ubicado en esa plaza del Barrio Alto, y posteriormente una velada de auténtico flamenco con el elenco de Ana María. Antes de recalar en Marbella, formó pareja artística de éxito con Emi Bonilla, con noches memorables en La bodega flamenca, de Torremolinos. Algunos de los artistas pioneros del tablao, caso del bailaor Pinto Cortés, hermano del cantaor Pansequito del Puerto, aún continúan en activo. Sería demasiado largo mencionar a todos los personajes ilustres que pasaron por la casa de Ana María; como ejemplos pueden ser citados Camilo José Cela, la Princesa Margarita, Pelé, el actor que encarnó a Kunta kinte en la mítica serie Raíces, Carmen Sevilla, Antonio Banderas, la familia Kennedy, el actor Sydney Poitier o el primer ministro del Reino unido, Edward Heath o el inquietante actor de Psicosis, Anthony Perkins. En cuanto artistas, actuando o de visita, fue punto de encuentro para gente como Sebastián Heredia, Cancanilla de Marbella (ahora Cancanilla de Málaga), Juanito Villar, el Pinto, La Cañeta y José Salazar, Pansequito, Aurora Vargas, Rancapino, Camarón de la Isla y muchos más. El tablao de Ana María brilló singularmente en una época en que eran famosos centros flamencos como La Pagoda Gitana, de Roque Montoya Jarrito; Fiesta, con Manolita Cano y Solera de Jerez o los tablaos de Lola Flores y de La Cañeta de Málaga, en Puerto Banús, situados en terrenos cedidos por doña Pilar Calvo y Sánchez de León, esposa de José Banús. A partir del año 2000, se hicieron cargo del tablao de Ana María Los Chatos, es decir, Isabel Gago y Manuel Mateo, quienes, durante más de veinte años, orillando todo tipo de adversidades han continuado ofreciendo un espectáculo flamenco de calidad y preservando el auténtico espíritu que, en los orígenes, imprimió la fundadora. Pero en esta primavera de 2022, tras dos años de una terrible pandemia, las dificultades han sido tantas e insuperables que Los Chatos cerraron las puertas definitivamente y el tablao de Ana María ya es historia. Los vecinos del barrio no se resignan a que un emblema como este desaparezca y piden a la administración local que lo impida. En Marbella, sistemáticamente han ido desapareciendo lugares relacionados con personalidades que podrían haber sido casas museo o centros culturales con atracción turística, como fueron los casos de la Casa Malibú, primero de Edgar Neville y después de Sean Connery; el chalet El Martinete de Antonio Ruiz Soler (Antonio el bailarín) y el chalet Los Gitanillos, de Lola Flores y Antonio González. En la casa de Antonio existían además, reproducidos en la piscina, dibujos que Jean Cocteau y Pablo Picasso habían regalado al artista. Seguramente el tablao de Ana María terminará también siendo olvidado, a pesar de los deseos vecinales y habiendo resistido no sin cierto heroísmo hasta ser el último de los templos del flamenco en Marbella. Ana María Moya, muchos años antes de su despedida, había perdido la memoria por enfermedad neurodegenerativa, sin que parezca que los laboratorios se den mucha prisa en encontrar un remedio médico. A pesar de que nadie se enteró de su marcha, es cierto que el Ayuntamiento sí estuvo alerta y pudo asistir a su nombramiento como hija adoptiva de Marbella y a la imposición de su nombre a una calle. También en el Bulevar de la Fama, de Puerto Banús, cuenta con una estrella. Seguramente que en las madrugadas silenciosas del otoño y el invierno o en el bullicio de la primavera y los nocturnos estivales, alguien echará en falta las notas de una guitarra, el taconeo racial del algún bailaor o bailaora o el quejío de una voz genuinamente flamenca. Ojalá que en ningún momento haya necesidad de recobrar la memoria, sencillamente porque no haya llegado a perderse.

Cronista Oficial de Marbella

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