Opinión | Málaga de un vistazo

José García Pérez, donde el viento silba nácar

El recientemente fallecido José García Pérez.

El recientemente fallecido José García Pérez. / ARCINIEGA

El estío emergió impregnado de un cromatismo plomizo iluminando todos los rincones de la urbe y despertando a los protagonistas que cobijan nuestra memoria. Hoy, «Málaga, la ciudad que todo lo acoge y todo lo silencia» -como él nos advierte- está más silente y la nostalgia parece invadir este incipiente verano con trazos de orfandad. Con su voz grave, tan personal y cautivadora; su armoniosa y seductora forma de comunicar, construyendo sigilos precisos y argumentos enriquecedores de temáticas que fluyen desde el análisis esmerado del devenir de la política –una de tus pasiones-, enigmas teológicos, crónicas de fútbol…, a la poesía, siempre la poesía, la literatura, la historia. En la Tertulia Gran Vía, los asistentes nos situamos en semicírculo persuadidos por un silencio sonoro para oír al ‘Querido Maestro’; para percibir toda una vida apasionante de un ferviente arqueólogo de la palabra, de un creador expuesto por hacer feliz a todo su universo. Profesor, político, ensayista, narrador, articulista y determinante poeta, José García Pérez continuó siempre con el mismo asombro e inquietud. Como bien apunta su íntimo amigo Fernando Pessoa, se siente en una víspera del despertar. El poeta ha iniciado su viaje con el mismo asombro e inquietud que profesaba en los tiempos de juventud idealista, originalidad generosa y doctrinas arraigadas, canalizando sus pasos por un sendero bifurcado entre la solidaridad y el compromiso. Siempre preguntándole a la vida por su vida, en un estado de rebeldía permanente. Nos despedimos caminando juntos hacia tu playa; me abrazas y dices: «He llegado donde el viento silba nácar. Al encuentro de la voz perdida. Acariciaré el alba en el desmayo de la noche de julio que los dioses crearon para mí». Con una pizca de brisa de mar que te salpica en los labios, caminarás imperecedero con su beso. Pepe, nos vemos en la orilla de tus libros. Hasta siempre, poeta.

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