Opinión | La Libreta del Duque de Chantada

La mochila de Ricky Rubio

Ricky Rubio llegó a la NBA como una estrella en Europa, pero eso no le privó de sufrir las habituales novatadas de los profesionales. Los veteranos Brad Miller y Kevin Love pensaron que los rookies de los Timberwolves llevaran en los desplazamientos una mochila infantil. Malcolm Lee apareció en Philadelphia para jugar contra los Sixers con una de «Hello Kitty», el ex del Valencia Derrick Williams llevaba una de las princesas de Disney y a Ricky le tocó una con el ídolo Justin Bieber. Unas mochilas que recordaban a otro tiempo, por aquello de las novatadas, pero que pesaban poco. Las mochilas cargadas de comparaciones pesan más.

Ricky Rubio irrumpió de tal manera en el baloncesto que en Europa no hubo comparación posible. Con 12 años ya era conocido por todos y con 14 debutaba en la ACB. Al llegar a Estados Unidos si quisieron compararle a uno de los más grandes: Pete «Pistol» Maravich. Sus sucesores sí han sido comparados con él y en Unicaja ya hay dos. El año pasado llegó Jonathan Barreiro, el «Ricky Rubio gallego». Natural de Cerceda, un pueblo de algo más de 5.000 habitantes, deslumbró con 14 años en un campeonato de España dominando el juego desde la posición de base. Jugó la Minicopa con el Joventut y con el Barça, para formarse en la cantera del Real Madrid. Y después de debutar en la Euroliga y la ACB con los blancos tuvo que dar un paso atrás para poder coger impulso. Un año en la LEB con Ourense y a volar de nuevo en Zaragoza rumbo a Málaga, donde esperamos que este año, este «veterano» de 25 años, explote todo su potencial.

Y ahora llega Nihad Djedovic, el bosnio de Visegrad criado en Múnich, fichado por el Barcelona con 16 años para ser el «Ricky Rubio Bosnio». Su carrera tiene similitudes con la de Barreiro. Después de varias cesiones a Bosna, Cornellá, Obradoiro, Virtus de Roma o Galatasaray, un pasito atrás para buscar cobijo en Alemania. Un año en Alba y 9 exitosas temporadas en el Bayern Múnich, que seguramente serían alguna más si no fuera por su falta de sintonía deportiva con Trinchieri.

Con 32 años deja el Bayern como capitán, con dos hijos nacidos en la capital bávara y con casi todos los récords personales del equipo en su poder. Málaga le espera con ilusión.

Otro ejemplo que no tiene nada que ver con el Unicaja: Marcos Delía. Era una gran estrella en las categorías inferiores de Boca Juniors y cómo no, llegó la comparación: Es el «nuevo Oberto». Una buena carrera con paso por Murcia y Joventut para jugar ahora en Italia, primero en Virtus y desde hace dos temporadas en Trieste, pero que no llegó a las expectativas generadas.

Quiero decir que estas comparaciones tan grandilocuentes son hechas desde el cariño, desde el deseo de ensalzar a un jugador y de paso de pensar que el futuro será al menos tan bueno como el que vivimos, pero a los jugadores les acaba haciendo daño.

Hace unos meses, Delía hablaba del tema y recordaba que de niño la comparación con Oberto le hacía mucha ilusión, le gustaba, pero que pasado el tiempo echa la mirada atrás y recuerda aquella época como si jugara con «una mochila de piedras en la espalda». Una descripción bastante gráfica.

La situación es similar con los equipos. Las notas se deben poner a final de temporada como recordaban hace unos días algunos jugadores del Real Madrid de baloncesto. La mala racha de comienzo de año terminó con el título de Liga y a una canasta de la Euroliga.

Después de Perry, han llegado Djedovic y el más reciente, David Kravish. Las primeras críticas empiezan a aflorar a pesar de que quedan aún 5 ó 6 fichajes y el equipo está sin hacer. Que si muchas lesiones, que si poco físico, que patatín o patatán… Queda mucho camino por delante y hay que tener paciencia. Lo escribí hace semanas, si el pasado verano el equipo verde hubiera fichado Francisco, Thomasson, Moneke, Vaulet, Valtonen, Maye y Steimbergs, la provincia se le habría quedado corta a Juanma Rodríguez para escapar. Y ahora todos cambiaríamos los resultados del Unicaja por los del Manresa. Paciencia, hay que dejar que la gente se equivoque y también que acierte. La temporada es larga y las notas se ponen en mayo... o en junio.

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