Opinión | Tribuna

Manuel Guedán

Iker Jiménez, la Iglesia y la ironía

Iker Jiménez.

Iker Jiménez.

En esta vida loca, a veces te toca compartir entusiasmo con Iker Jiménez, y es mejor no resistirse. El otro día el presentador de Cuarto milenio tuiteaba a propósito de Espíritu sagrado (2021): «Lo hablaba con Don Vergel. Esta película rodada en Elche, valleinclanesca, berlanguiana, bardemiana, ufológica, pasoliniana, neorrealista, expresionista... Me ha causado una hondísima impresión. Y más al final. En un tiempo de artificios se agradece lo desgarradoramente auténtico». No sé cuántos más adjetivos derivados de apellidos le caben a la película —ya puestos, yo sumaría kafkiana y almodovariana—, pero lo cierto es que a mí también me causó una hondísima impresión y me pareció que Chema García Ibarra, el director, está llamado a ensanchar los horizontes de lo posible en el cine español (también Leonor Díaz, su directora de arte).

Sin embargo, para quien ha visto la película, lo llamativo del tuit, lo más perturbador, es su última frase. Espíritu sagrado cuenta la historia de OVNI Levante, una asociación de aficionados a la ufología. Hasta ahí es fácil comprender la adhesión de Jiménez: ¿Cuántas películas españolas se habían ocupado hasta la fecha de un tema que a él le apasiona? Que yo recuerde la última fue El gran marciano (2001), aquella inocentada en pantalla grande en la que les hacían creer a los concursantes del primer Gran hermano que una nave extraterrestre había aterrizado en Monfragüe. Pero, claro, no era más que una broma. Espíritu sagrado no es una broma, aunque en ella sí hay humor negro (ojo, spoiler): a medida que seguimos las desventuras de OVNI Levante, descubrimos que sus líderes no solo son dos estafadores que no creen en la ufología, sino que utilizan la asociación como tapadera para vender órganos infantiles en el mercado negro. La visión que se da del gremio, y de sus seguidores, no es muy halagüeña.

Sorprende, como decía, la última frase del tuit, porque la mayoría de adjetivos que utiliza Jiménez nos remiten a artistas del artificio. García Ibarra rueda con actores no profesionales, a los que no les puede pedir un amplio registro de expresiones, así que se pasan toda la película con el mismo gesto hierático.

Todo en su cine remite a la sublimación del artificio y, aunque nos habla del más allá, de la fe y de una cierta trascendencia, es imposible no advertir en la película un velo de ironía. ¿Por qué Iker Jiménez entonces no lo advierte? Los Javis cuentan la historia de una conversión religiosa a ritmo de reguetón, y con un dios que canta Whitney Houston. Su visión de la iglesia es amable, pero también algo sacrílega. Y por mucho que el deán defendiera en su comunicado que el video «presenta la historia una conversión mediante el amor humano» porque la letra así lo dice («Yo era ateo, pero ahora creo, porque un milagro como tú ha tenido que bajar del cielo») cuesta no darse cuenta de que la intención de Tangana no iba por ahí.

Sabemos que la grandeza del arte es que cada obra encierra múltiples interpretaciones, pero eso no quiere decir que todas sean legítimas. Hay que esforzarse para no ver la ironía con el que las obras citadas abordan la fe y la trascendencia. Esa esforzada ceguera nos habla de un cierto sentimiento de orfandad porque todos necesitamos ser representados, salir en algún sitio que no sea El gran marciano.

Y si quien nos representa no es exactamente fuego amigo, pues hacemos de tripas corazón y allá que vamos. Me cuesta entender el entusiasmo de Iker Jiménez por Espíritu sagrado, y que el deán firmara la autorización de Ateo, pero cuando me paro a pensar en lo duro que tiene que ser que tan pocas películas hablen de ti, me digo que si yo fuera monja, también habría ido a ver La llamada.

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