Opinión | 360 grados

A Occidente no le gustan los no alineados

Zelenski, presidente ucraniano.

Zelenski, presidente ucraniano. / EFE

En la actual política de bloques, parece que no gustan los no alineados: o se está con los democráticos Estados Unidos o con la Rusia autocrática de Vladimir Putin.

Serbia, por ejemplo, ha tratado últimamente de nadar entre dos aguas, pero se ha visto sometida a fuertes presiones por parte de Washington y Bruselas. Precisamente en Belgrado se celebró recientemente una cumbre de los países no alineados con motivo del 60 aniversario de la fundación de ese movimiento. Pero la invasión ilegal de Ucrania por parte de Rusia ha ofrecido a EEUU la oportunidad que el vencedor de la Guerra Fría siempre ha buscado de debilitar a su antiguo rival.

Y a Washington la neutralidad de terceros países no le basta, sino que no ha dejado de presionar a los gobiernos en principio más díscolos para que se sumen a las sanciones contra Rusia.

Serbio votó en su día en la ONU la resolución condenatoria de la invasión y en la que se exigía la retirada inmediata de las fuerzas rusas de territorio ucraniano. Y también apoyó la ayuda humanitaria al país invadido.

Pero tanto Washington como Bruselas no se contentaron con ello, sino que conminaron a Belgrado a votar a favor de la expulsión de Rusia del Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas.

Occidente tenía la sartén por el mango ya que el oleoducto ruso que lleva el petróleo de Gazprom a Serbia pasa por territorio de la UE, y se advirtió a Belgrado de que se exponía a la interrupción total del suministro en caso de no hacerlo.

Sometido a fuertes presiones, el Gobierno serbio terminó cediendo en ese punto, pero no en el de las sanciones, a las que siguió negándose dado que el país había probado ya esa amarga medicina y además no las consideraba compatibles con su condición de país no alineado.

Su presidente, Aleksandar Vucic, no podía olvidar que Serbia había sido bombardeada en 1999 por la Alianza Atlántica y que en aquella guerra, sin autorización de la ONU por los vetos de Rusia y China, se atacaron tanto la residencia del entonces presidente, Slobodan Milosevic, como el edificio de la Radiotelevisión serbia, entre otros objetivos civiles.

La OTAN lanzó la guerra para obligar a Milosevic a poner fin a su campaña contra el Ejército de Liberación de Kosovo, que Washington y Bruselas calificaron de operación de ‘limpieza étnica’ contra los albanokosovares.

El año pasado hubo una visita a Serbia de senadores estadounidenses que intentaron infructuosamente convencer al Gobierno de Belgrado de que debía sumarse a las sanciones económicas y financieras contra Rusia.

Air Serbia es de hecho la única compañía aérea occidental que, para enojo de los gobiernos occidentales, no ha suspendido sus vuelos a Moscú.

Serbia aspira a ingresar en la Unión Europea como lo han hecho ya otros países que formaron parte de la Yugoslavia del mariscal Tito, como Croacia o Eslovenia, pero se queja de que sólo encuentra obstáculos.

Tanto Bruselas como Washington insisten en que debe aceptar antes la independencia de Kosovo, algo al parecer inaceptable para cualquier político serbio del partido que sea.

Los serbios acusan ahora de doble moral a Occidente por defender la integridad territorial de Ucrania cuando en el caso de Kosovo, que formaba parte de Serbia como provincia autónoma, siempre ha propugnado lo contrario.

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