Opinión | El ojo crítico

Teodulfo Lagunero, en el recuerdo

Para aquellos que nacimos a principios de los años setenta, en los últimos años del franquismo, la Transición y las personas que lucharon en aquel periodo por el advenimiento de la democracia se encuentran en un extraño limbo en el que reconocemos los acontecimientos y a sus protagonistas (sean o no conocidos), pero de una forma especial, como a través de un cristal esmerilado, y ello a pesar de su cercanía temporal y de la enorme bibliografía existente. Quiero creer que los pertenecientes a mi generación saben reconocer el valor de aquellos que, dejando a un lado sus sentimientos, supieron ceder para construir una democracia que, con sus defectos y sus virtudes, ha supuesto el mayor tiempo de paz conocido en una historia de España llena de conflictos y plagada de dictaduras y pronunciamientos. Y en este contexto, en el deseo de que aquellos que tienen muy pocos recuerdos del franquismo sepan valorar y conocer la Transición, hay que recordar la figura de Teodulfo Lagunero, fallecido hace unos días a la edad de 95 años.

Publicó sus Memorias en 2009, y en ellas contó su vida, y por tanto la lucha por conseguir la libertad, la suya y la de España, sus orígenes como niño de la guerra en Valencia, pasando por sus primeras detenciones como estudiante de Derecho en Valladolid, sus comienzos como profesor de academia y el inicio de una próspera carrera en los negocios, hasta su colaboración con el partido comunista, y muy especialmente con Santiago Carrillo, en el deseo de que la democracia y las libertades democráticas fuesen una realidad. En espera de que el tiempo se encargue de situarlo en el lugar de la historia que se merece los partidarios del inmovilismo franquista hace tiempo que fueron sepultados en el más profundo olvido.

El lector asiste, con emoción a veces y con tristeza otras, al devenir vital de Lagunero, cuyos orígenes, hijo de un catedrático de instituto republicano destituido y condenado al ostracismo, no eran los más adecuados para llegar algún día a ser uno de los empresarios más influyentes en la política de España que puso su fortuna personal a disposición del partido comunista y de los exiliados republicanos desperdigados por medio mundo. Estudiando Derecho en la Universidad de Valladolid, mientras trabajaba de barquero por las tardes en el río Pisuerga, comenzó a germinar en su interior su rebeldía contra una dictadura injusta que encarcelaba y torturaba a los que deseaban para España un sistema político como el que se disfruta hoy día. Cuando finalizó sus estudios y como no podía ejercer la abogacía por tener antecedentes penales fruto de su lucha contra el franquismo, decidió montar una academia de clases cuyo difícil comienzo supuso el primer paso de su brillante carrera como empresario. Por la mañana dirigía la academia y daba clases, por las tardes limpiaba las aulas con su madre y por las noches dormían en el suelo. Tras arduos esfuerzos, y tras haber conseguido la oposición de catedrático de Derecho Mercantil, su contacto con el partido comunista español en el exilio no tardó en producirse. En 1968, tras la manifestación del 1º de Mayo en París, conoció a Marcos Ana, que le abrió las puertas que le llevaron a Santiago Carrillo y todos los que le rodeaban. La Transición había comenzado.

Aunque aquel tiempo fue un periodo relativamente corto, la intensidad de lo vivido y el difícil puzzle que supuso encajar todas las familias políticas imperantes, hacen de sus protagonistas verdaderos ejemplos de honestidad y honradez que dudosamente volverán a repetirse en la democracia española. Y ello a pesar de que, como el propio Teodulfo Lagunero dice varias veces en sus memorias, el verdadero artífice del fin del franquismo de un modo pacífico fue el pueblo español, o por lo menos la parte que estaba a favor de la democracia. Hubo un sector de la sociedad y del ejército que se escandalizaba y ponía el grito en el cielo, cuando no hacía uso de la violencia, con cada pequeño avance que la democracia daba en la dirección correcta. Teodulfo Lagunero nos brindó en su libro la descripción de esos pocos años de un modo casi diario, con una intensidad creciente que nos mete de lleno en los entresijos de la llegada de la democracia. A veces duda, otras tienen miedo de que las amenazas que reciben su hija y su madre de ochenta años por carta anónima puedan llegar a materializarse. Pero los momentos de duda siempre terminan por desaparecer, porque como dijo una vez Marcos Ana, un Lagunero que no hubiese luchado hubiese sido un viento enjaulado. Pero volviendo a la importancia que debe tener para los nacidos en los años 70 la transición española y sus protagonistas, y ello a pesar de su aparente lejanía, el reconocimiento que mi generación tiene que otorgar a sus artífices debería ser un punto de partida para la reflexión sobre el modelo político deseable para nuestro país, para el tipo de sociedad en la que queremos vivir.

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