Opinión | 360 grados

Los dos Zelenskis

El presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski.

El presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski. / -/Ukrinform/dpa

Hay dos Zelenskis: el primero es el presidente de la camiseta color verde que vemos todos días en la televisión, dirigiéndose a los mandatarios del mundo con discursos cuidadosamente preparados por los gabinetes de comunicación.

Un Zelenski mitificado, idolatrado por nuestros medios, que ven en él sólo al héroe decidido a resistir hasta la última sangre del último soldado ucraniano frente al bárbaro invasor ruso.

Un Zelenski que asegura no sólo defender a su patria, sino al mismo tiempo a la Europa democrática de ‘los valores’, pues si no se para en Ucrania al autócrata del Kremlin, ningún otro país del continente estará a salvo.

Ése es el heroico personaje con el que nos desayunamos y cenamos todos los días, pero hay otro Zelenski más oscuro del que se habló también durante un tiempo en los medios occidentales, pero que hoy se prefiere olvidar.

A ese segundo Zelenski un conocido diputado democristiano suizo llamado Guy Mettan, que fue redactor jefe del diario de centro La Tribune de Genève, dedica un retrato nada halagüeño bajo el título de «El doctor Volodímir y mister Zelenski» en el diario electrónico de la Red Voltaire (1).

«Desde el 24 de febrero, escribe Mettan, Zelenski ha demostrado ser incuestionablemente un artista de la política internacional, dotado de un excepcional talento. Quienes habían seguido su carrera de cómico no se sorprendieron porque ya conocían su sentido innato de la improvisación, sus dotes miméticas y su audacia a la hora de representar un papel».

Pero, critica el legislador suizo, Zelenski tiene también un indudable talento para el doble juego como demuestra el hecho de que resultó elegido gracias a su promesa de que acabaría con la corrupción, conduciría a Ucrania «por el camino del progreso y la civilización y, sobre todo, que restablecería la paz con los rusoparlantes del Donbás».

Pero, al poco de ser elegido con un apabullante 73,2 por ciento de los votos, no quiso saber nada de sus promesas y emprendió un gran programa de privatización para contentar a los oligarcas que le financiaron.

Programa que «abarcó 40 millones de hectáreas de excelentes tierras agrícolas», que Zelenski justificó con el argumento de que «la moratoria sobre la venta de esas tierras haría perder miles de millones al PIB de Ucrania».

El presidente ucraniano emprendió también una amplia operación de «privatización de los bienes del Estado, de austeridad presupuestaria, abrogación de las leyes laborales y desmantelamiento de los sindicatos».

En cuanto a la prometida «marcha hacia la civilización», escribe Mettan, «ésta asumió la forma de otro decreto que garantiza el predominio de la lengua ucraniana, prohíbe el ruso en todas las esferas de la vida pública, administraciones, escuelas y comercios para satisfacción de los nacionalistas».

En 2021, la organización Transparencia Internacional situaba a Ucrania en el puesto 122 del ranking mundial de la corrupción. La Rusia de Vladimir Putin estaba incluso en el 136.

El principal patrocinador de Zelenski, el oligarca Ihor Kolomoiski, residente en Ginebra, donde posee, según Mettan, lujosas oficinas con vista al lago Leman, es uno de los personajes que más se benefician de la corrupción del país.

Incluso el Departamento de Estado norteamericano anunció en marzo del año pasado el bloqueo de los fondos del oligarca y le prohibió pisar suelo estadounidense.

Kolomoiski es el principal accionista de Burisma, que dio empleo a Hunter Biden, hijo del hoy presidente de EEUU, y al que la petrolera llegó a pagar supuestamente 50.000 dólares y no precisamente por su talento, sino por quién era.

Kolomoiski financió toda la carrera de Zelenski como actor y está además implicado en el escándalo de los Papeles de Pandora: según esas filtraciones, desde 2012, la emisora de televisión ucraniana 1+1, propiedad del oligarca, entregó a aquél 40 millones de dólares.

«Zelenski transfirió prudentemente sumas considerables a varias cuentas en paraísos fiscales abiertas a nombre de su esposa mientras adquiría tres apartamentos en Londres que le costaron 7,5 millones de dólares».

Mettan habla también de las relaciones del presidente ucraniano con la extrema derecha y aunque reconoce que a título personal, Zelenski, de origen judío, no puede ser antisemita, su acercamiento a elementos de esa ideología es resultado «de una sutil mezcla de pragmatismo y de instituto básico de supervivencia política e incluso física».

El problema, escribe el diputado suizo, no es que Zelenski «haya cedido al chantaje de esos elementos (filonazis), sino que se unió a la cruzada nacionalista por ellos iniciada». Así, el pasado noviembre nombró a Dimitro Yarosh, ultranacionalista de la organización de extrema derecha Pravy Sektor consejero especial del jefe del Ejército ucraniano.

Mientras tanto, el Gobierno de Zelenski ha golpeado a «los medios críticos, todos ellos han sido cerrados, y a los partidos de oposición: todos han sido disueltos». Son ataques contra la prensa equivalentes cuando menos a los del autócrata del Kremlin, pero de los que se prefiere no hablar en Occidente.

(1) Red Voltaire por la libertad de expresión es una organización francesa sin ánimo de lucro que promueve la libertad y el laicismo.

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