Opinión | La calle a tragos

Itinerarios incómodos

He cambiado de trayecto para evitar el merendero hortera en el que se convierte el exterior de Atarazanas, pero al caminar cerca del Guadalmedina me he sumergido en otro baño de realidad

El hotel de Hoyo de Esparteros, la semana pasada desde el otro lado del Guadalmedina.

El hotel de Hoyo de Esparteros, la semana pasada desde el otro lado del Guadalmedina. / A.V.

La rutina de andar por el centro de Málaga, hasta el trabajo, me depara postales que unas veces son bellas y otras muy ingratas. He cambiado de trayecto para evitar el merendero hortera en el que se convierte el exterior del Mercado de Atarazanas al mediodía, pero la idea de caminar cerca de ese páramo electoralista llamado Guadalmedina me ha sumergido en otro baño de realidad. La imagen del hotel de Hoyo de Esparteros, el cacareado proyecto diseñado por Moneo, chirría y transforma el itinerario en un trance incómodo. Cuánta razón había en el grito de ‘Salvemos La Mundial’.

Esa indignación automática me asalta, igualmente, cuando ando por la zona del Muelle Uno y la amenaza del ‘Hotel Mamotreto’ se entromete en mi imaginación. Entonces, la mera idea de ese rascacielos letal me transporta a otra dimensión. Regreso a la certeza de que, muchas veces, es mejor refugiarse en el pasado que te contó gente a la que aprecias que escuchar el presente que nos están contando los mismos de siempre.

Recuerdo que hubo un tiempo en el que me dio por colarme alguna mañana temprano en la cantina de la lonja, fascinado por la imagen de los últimos pescadores de la noche que, con pasamontañas y ojeras, apuraban un carajillo sobre la barra. Cuando no encontraba a ninguno, sentía coraje por sólo haber conocido en conversaciones la Málaga en la que el Puerto era un resumen de la vida. Un mundo aparte sin el que no sabía vivir la ciudad y al que entraba su gente para recibir la cara o la cruz de la vida. Era el hábitat, por ejemplo, de La Pepa, la anciana que le vendió en los 80 tabaco de contrabando a media Málaga. A ella le dedicó Danza Invisible, que está de 40 aniversario, una de sus primeras canciones inspiradas en una historia real: «Faltan luces en el Puerto, ay la estanquera ha muerto».

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