Opinión | Marcaje en Corto

¿Quién va a quedarse con el Málaga CF?

Entrenamiento del Málaga CF.

Entrenamiento del Málaga CF. / Álex Zea

Arde julio. Como ya caldeó junio. Verano es verano. Y no importa que sean las doce del mediodía o las cuatro de la madrugada. Que estés en Sevilla Norte o en la barriada nerjeña de Los Poetas. Al calor del verano y en cuanto te enfundas una gorra o cualquier otra prenda malaguista, la pregunta es recurrente: «Oye, Toulalan. ¿Quién va a quedarse con el Málaga?».

Son ya tres pretemporadas con las oficinas de Martiricos intervenidas por los jueces. Mucho tiempo. Demasiado. Tres veranos de travesía en el desierto que hace casi nada estuvieron a punto de terminar con el desastre de un posible descenso al tercer peldaño del fútbol nacional.

Aficionados blanquizales tenemos en cualquier rincón del mundo, repartidos hasta en una misma escalera vecinal a más de dos horas por carretera desde la Costa del Sol. Mucho músculo social para tan pobre infraestructura deportiva. Es la realidad que toca. Sí. Pero ya dura demasiado.

Las autoridades han aportado lo que han podido, no sin debate público, como suele ocurrir siempre, sobre la idoneidad de ir a por el rescate de una entidad deportiva que no deja de funcionar como cualquier otra sociedad empresarial. No obstante, el camino hasta poder volver a ser lo que fuimos, como relata el himno andaluz, parece arduo y repleto de trampas.

Obstáculos y más obstáculos que ya condenaron al club, a lo largo de una década de subida al cielo y posterior bajada hasta los mismísimos infiernos, los de una mala tarde con el Burgos como testigo de paso. ¿Quién va a quedarse con el Málaga? «¿Cuándo podrá venderse, querrás decir», respondes.

Arde julio, como la calle, al sol de Poniente. Hay tribus ocultas cerca del río esperando que caiga la noche. Hace falta valor. Por ejemplo, para apostar por la fecha en la que la entidad malaguista pueda finalmente cambiar de manos. Hace falta valor, hace falta valor. Del monetario, pero también del judicial, para desatascar un callejón de tan difícil salida.

Sirva el estribillo pronunciado hace dos sábados por Santiago Auserón, en el 40 aniversario de Danza Invisible, como sirva el que volvió a repetir el jueves pasado, en el Weekend Beach Festival, el propio Javier Ojeda (malaguista y «malaguita» incontestable). Porque a todo seguidor blanquiazul deben dolerle hoy todos esos pecados ayer cometidos.

Pero como diría Milanés, esto no puede ser no más que el relato del opinador en un espacio deportivo. Quiere ser una humilde proclama y homenaje a todas esas declaraciones de amor que el juglar, de pueblo en pueblo y de fiesta en feria, recoge por el simple motivo de ir enfundado de malaguista hasta en el sobrenombre.

Porque ese escudo que ahora ha cambiado el tejido Nike por el de Hummel va cosido a la piel de millones de personas. Y en esos corazones no cabe intervención alguna. Que lo cante Javier, como canta La Bombonera, que Málaga, si me faltaras, no voy a morirme. Que si he de morir quiero que sea contigo. De amores, a unos colores, de amores. Eternamente, malaguista, de amores.

En breve comenzarán los duelos de pretemporada y, ante un primer invierno con cita mundialista (allí sí que arderá la calle), vendrán en nada los primeros partidos oficiales. Volverán las nuevas ilusiones, encomendadas a un veterano pistolero como Rubén Castro, y resonará como siempre La Rosaleda, abonada a ser el fortín de hace menos de un año.

¿Quién va a quedarse con el Málaga?, volverán a preguntarnos. Y contestaremos que el club siempre debiera ser patrimonio de la Costa del Sol. Como antaño. Llegarán fondos de inversión, otros capitales foráneos. Pero nadie osará quitarle a estos millones de malaguistas el credo que desde pequeños han aprendido a rezar. Que así sea.

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