Opinión | LIMÓN & VINAGRE

Albert Soler

Pablo Laso: enfermo porque lo digo yo

Pablo Laso, exentrenador del Real Madrid

Pablo Laso, exentrenador del Real Madrid / Javier Borrego / AFP7 / Europa Press - Archivo

Tiene guasa que en el país que creó la picaresca, donde la costumbre es inventar una excusa para acogerse a la baja laboral, haya un tipo que quiere trabajar y su empresa no se lo permita, acusándolo de estar enfermo. Pablo Laso es una excepción en el panorama laboral español, él asegura estar sano como una rosa y recuperado del infarto, y los médicos corroboran esta afirmación, pero el Real Madrid le manda guardar cama y le impide entrenar al equipo de baloncesto. Claro que en el Real Madrid manda Florentino Pérez, y si Florentino considera que alguien está enfermo, está enfermo y no se hable más, qué van a saber los médicos.

-Pero yo me siento bien, y el doctor dice que puedo seguir entrenando, don Florentino.

-Pues yo te veo mala cara, así que te vas a tomar esas pastillas que te voy a recetar y te vas a meter en la cama hasta que yo te diga. Recoge tus cosas. Y al salir entrega tu acreditación y el chándal a mi secretaria.

Podría pensarse que el Real Madrid es tan prudente con la salud de sus deportistas que prefiere despedirlos a ponerlos en riesgo. Su propio himno habla de mocitas madrileñas que van alegres y risueñas cuando juega su Madrid, en lo que constituye un signo de buena salud de tales señoritas -ningún enfermo va alegre y risueño a ningún lado-, pero nótese que en momento alguno la letra hace referencia a entrenadores alegres y risueños, lo cual concede poder al presidente para decidir si están sanos. Siempre, claro está, que dicho presidente se llame Florentino, que a sus muchos saberes suma los de medicina cardiovascular.

En realidad, se ha sabido que el máximo directivo de la sección de baloncesto, Juan Carlos Sánchez, y Pablo Laso, no se pueden ni ver, o sea que bienvenido sea un infarto si sirve para quitarse de encima a un entrenador molesto. De no haber sufrido Laso un infarto, se habrían acogido a un resfriado, una conjuntivitis o a la alopecia que a todas luces está afectando al entrenador y le incapacita para dirigir a un equipo de jóvenes con su pelo intacto. Lo que estaba claro era que al técnico con más partidos dirigidos -por delante del mítico Lolo Sáinz que, hay que reconocerlo, siempre lució buen pelazo-, y que en once años ha conseguido 22 títulos para la sección, incluidas dos Euroligas, no se le podía despedir por motivos deportivos, por más ganas que le tuvieran.

-Pablo, tienes mal aspecto. ¿Te encuentras bien?

-Perfectamente, ya me ve, celebrando un nuevo título, don Florent…

-A mí no me repliques, si te veo mal aspecto es que tienes mal aspecto. Eso va a ser el corazón. Aquí no puedes seguir, en el Madrid sólo admitimos a gente sana.

Los mandamases del deporte no tienen corazón, eso les inhabilitaría para el cargo. Paradójicamente, lo saben todo de cardiopatías, taquicardias, infartos, anginas de pecho y otras palabras raras que no saben lo que son ni dónde se producen, pero usted está enfermo porque lo digo yo. Los desencuentros de Laso con la directiva tienen su origen en el despido de entrenadores de la cantera y en fichajes realizados contra el criterio del técnico, cuando éste debería tener siempre presente con el tiempo que lleva en el Madrid, que en los despachos no sólo saben de medicina más que los médicos, sino que también saben de baloncesto más que los profesionales.

No gustó tampoco que en una final de liga contra el Barça, Laso se presentara al partido decisivo en silla de ruedas por haberse roto un tendón. Quien representa al Madrid jamás debe dejarse ver postrado en una silla de ruedas, la única silla adecuada para un entrenador es un palanquín portado por subordinados, un trono en caso del presidente. Una silla de ruedas ensucia el prestigio de la entidad.

Cuando un club hace púbico un comunicado anunciando que su entrenador no seguirá en el equipo por motivos de salud, en lugar de ser éste quien lo anuncia como sería lo normal, en realidad está diciendo que lo echa. Aunque Laso sabía que era ya un exentrenador desde que despidieron al médico de la sección, por negarse a firmar su baja laboral.

-En mi opinión, Laso está capacitado para seguir entrenando al equipo, don Florentino.

- ¿Ah, conque cree usted saber más que yo de medicina? A la calle, por impertinente.

Sostenía Julio Camba, tan madrileño como solo puede serlo un gallego, que hay canallas rubios, morenos, canos y calvos, incluso con bisoñé y el pelo teñido, pero que acaso los peores sean los que lucen barba blanca, como Pablo Laso. «¡Qué infamias las que se pueden hacer impunemente con una barba muy blanca!», advertía el escritor. He aquí una razón de peso para echar a Laso, de mucho más peso por lo menos que la de insistirle en que está enfermo. Aunque para esgrimirla hace falta haber leído, y eso lo tienen los dirigentes deportivos tan prohibido como disponer de corazón.

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