Opinión | Viento fresco

Suplicio a la vista

Éramos poco, y además con inflación, y va la UE y amenaza con entregarnos a Puigdemont

Carles Puigdemon

Carles Puigdemon / Lorena Sopêna (EP)

Estábamos pasando un verano tranquilo y de nuevo apareció Puigdemont. Qué incordio de hombre. Uno se había olvidado de él, pensaba que el prócer de la Cataluña libre estaba engordando a base de quesos o chocolates belgas y que se había olvidado de la malvada España. Pero está vivito y enredando, dando por sac. Puigdemont estuvo hasta en la sopa, luego se dosificó y aparecía en la escalivada o la ensalada y hasta de vez en cuando en los boquerones. Finalmente, lo vislumbrábamos de higos a brevas. Ahora de nuevo, se nos hace carne en las noticias.

-Oiga, cuanta comida para un tipo con tan poca sustancia.

El caso es que Puigdemont podría ser entregado a España. Si yo fuera España rechazaba tal regalito. Imaginen que viene y se pone a hablar. Jesús, qué torrada, qué pesadez, qué suplicio. Con lo tranquilo que estábamos aquí con nuestra inflación, nuestra España se rompe, nuestra utilización de las víctimas del terrorismo, nuestra Yolanda sumando, Sánchez restándole y Feijóo moviendo los hilos de Cuca Gamarra, que cada día parece que tiene peor cara y peor carácter. Con lo bien que estábamos de aquí para allá, pagando a precio de oro la sandía, la gasolina y la depilación de las orejas. Ay, madre, qué disgusto más grande. Y encima la calor. Y ahora Puigdemont. Urge una canción sobre Puigdemont, que podría ser la canción del verano.

Ahora que nos habíamos independizado de él va el Abogado General de la UE, Richard de la Tour, y da la razón a España en el largo pulso con Bélgica por las órdenes europeas de detención dictadas. Pero hombre de Dios, quién quiere la razón, quién quiere a Puigdemont. Que dislate, si hasta estorba a los suyos, que ni él mismo sabe quiénes son. Puigdemont, Puigdemont, comparte el casoplón.

Richard de la Tour se podía haber dado la vuelta y dejarnos tranquilos. A Puigdemont hay que indultarlo, regalarle un micrófono y un pasaje para Nueva Zelanda. O nombrarlo Defensor del Pueblo. Ser indepe no es malo, lo malo es ser un coñazo y a España le sobran. El procés para librarnos de ellos es infinito. No hay manera.

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