Opinión | 360 GRADOS

La dificultad de defender un alto el fuego en Ucrania

Carros de combate del Ejército ruso cerca de la ciudad de Mariúpol

Carros de combate del Ejército ruso cerca de la ciudad de Mariúpol / Maximilian Clarke

Resulta difícil abogar en Occidente por la diplomacia y pedir un alto el fuego en Ucrania. Los medios germanos, al igual que los de otros países de la OTAN, hablan sólo de los crímenes que comete allí diariamente el invasor ruso y no de cómo poner fin a esa carnicería.

Hay que movilizar a la población y convencerla de que siga apoyando la continuación de la guerra y el aumento de los presupuestos militares aunque ello vaya en perjuicio de servicios esenciales como educación, sanidad o vivienda en nuestros países.

Intentó romper esa dinámica hace unas fechas un destacado grupo de intelectuales alemanes en una carta abierta en la que abogaban por negociaciones con el enemigo y un «alto el fuego cuanto antes» para salvar vidas y evitar mayor destrucción y sobre todo una peligrosa escalada del conflicto.

Aquella carta, redactada entre otros por el conocido filósofo Richard David Precht y la escritora Juli Deh, fue objeto de ataques furibundos por parte del embajador ucraniano en Berlín, Andri Melnik, un diplomático que estuvo a punto de agotar la paciencia del Gobierno alemán por sus ataques a la posición inicialmente vacilante de Alemania sobre el envío a Ucrania de armamento pesado.

Pero no fue sólo ese diplomático tan poco diplomático: muchos diarios se les echaron inmediatamente encima a los autores de la carta, acusándolos de ilusos o derrotistas por dudar de la capacidad de Ucrania para echar a las fuerzas rusas de su territorio.

Ahora, los partidarios de darle al líder del Kremlin una lección que nunca olvide vuelven a la carga con otra carta abierta que ha publicado el diario conservador Frankfurter Allgemeine y en la que aquéllos expresan su «profunda preocupación» porque haya gente que aboga por «una solución política» y un «alto el fuego» a cualquier precio.

He repasado la lista de los firmantes de esta segunda carta, y en su inmensa mayoría se trata de profesores de universidades de las Fuerzas Armadas alemanas, de algún miembro del Consejo Europeo de Asuntos Exteriores, aunque también de la London School of Economics o la universidad inglesa de Bradford, ninguno de ellos conocido del gran público.

Los autores argumentan que mientras Rusia siga persiguiendo con medios militares «la sumisión total de Ucrania», no puede haber margen de maniobra para «una solución diplomática seria».

«En ningún caso, escriben, puede ser la soberanía y libertad de otros pueblos objeto de ofertas de negociación» por parte de los gobiernos de Occidente.

Según los firmantes, «la comunidad de Estados occidentales se enfrenta a la resurrección del imperialismo de la gran Rusia, que se ha fijado como objetivo no sólo el sometimiento manu militari de los Estados vecinos, sino también la destrucción de las sociedades de Occidente, de sus sistemas políticos y las instituciones internacionales (OTAN, UE).

Es un llamamiento, el de esos intelectuales que nunca tendrán que luchar en Ucrania como quienes allí desgraciadamente pierden y seguirán perdiendo la vida todos los días mientras dure el conflicto, que podría haber salido tal cual de la reciente cumbre de la OTAN en Madrid.

Los firmantes sostienen que Occidente no tiene más remedio que «ayudar militar y económicamente» a Ucrania, argumentan que no se puede renunciar a nada que permita continuar el desgaste del Ejército profesional ruso como el boicot de tecnologías y materiales para su industria armamentista.

Y añaden que también países que hoy forman parte de la OTAN, en especial Polonia y las repúblicas bálticas, pueden ser un día atacados por Rusia, por lo que la «estrategia de defensa del espacio del Báltico debe tener máxima prioridad».

Y, por si faltara algo y aprovechando la ocasión que se ofrece, los autores se manifiestan a favor de la negociación del Acuerdo Transatlántico de Libre Comercio e Inversión, que tanta oposición ha despertado siempre en Europa por el temor a que socave las normas regulatorias europeas en temas ambientales y laborales. Todo vale para el objetivo buscado.

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