Opinión | PARECE UNA TONTERÍA

Casi hacer cosas

Hacer cosas representa un enorme desafío, por eso la mayor parte de las personas nos conformamos con decir que las vamos a hacer, y ahí nos detenemos. Después, simplemente dejamos que pase el tiempo, hasta que ya resulte del todo imposible recordar qué queríamos hacer. El domingo, durante algunas horas, creí que esta semana iba a instalar, con mis propias manos, una pequeña cubierta de policarbonato en el patio del piso nuevo. «Tan difícil no será», calculé mientras desayunaba. Marta me miró con los labios apretados y extrajo la taza de leche del microondas antes de tiempo. No sé qué le pasaría por la cabeza, pero no me gustó. «¿Qué?», pregunté, levantando los hombros, a lo que ella replicó con un «¿Qué de qué?» Eso siempre consigue sacarme de quicio, el ‘qué de qué’. Dejé enfriar las ganas de contraatacar con un «¿qué de qué qué?» y me puse a pensar dónde podría comprar el policarbonato. Taladro, tacos y tornillos tenía.

A media mañana, sin embargo, cometí un terrible error, pero terrible, al ver un vídeo titulado: «Cómo instalar una cubierta de policarbonato». En un minuto y treinta segundos se derrumbaron mis ilusiones. El inventario de material y herramientas necesario para colocar la cubierta casi me arrebató las ganas de vivir: placas de policarbonato alveolar o celular, perfiles inferiores de cumbrera, perfiles laterales, perfiles de unión, perfiles de reborde, cinta adhesiva perforada antipolvo, perfiles obturadores, terminaciones de placa, tacos para clavar, tornillos autoperforantes hexagonales, juntas de borde simple, juntas de tres bordes, juntas pequeñas, cinta de carrocero, silicona trasparente para acristalamiento, una escalera, un banco de trabajo, un metro, un lápiz, un nivel de burbuja, un martillo perforador, brocas SDS, un martillo, un sargento, un taladro atornillador, una sierra para metal con una guía para ‘ingletar’, una amoladora con disco para metales, una sierra circular, una pistola selladora, un destornillador y una maza. Nunca como entonces sentí el poder letal de la enumeración, a la vez que me di cuenta de que nos vamos a morir –el que opte por esta vía– sin ser conscientes de los millones de ridículos objetos que forman el universo.

Me costó reponerme. Al final de ese minuto y medio asesino lo entendí todo: la constante complejidad de la vida, las inmundicias del bricolaje, y, por supuesto, los labios apretados de Marta. Al menos me reafirmé en la idea de que es mejor no intentarlo, contra lo que se suele creer. Eso, y las frustraciones en que nos sume intentarlo para nada, llena los días de casis. A menudo algunas mañanas sirven para decidir qué vas a hacer por la tarde, mientras que las tardes son útiles para resolver que todo lo que pensaste por la mañana no sirve para nada. Hacer lo que tenías previsto resta emoción a las horas. Todos necesitamos ilusiones perdidas, casis, historias que al final no van a ninguna parte. Desechada la cubierta de policarbonato, me tomo vacaciones.

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