Opinión | EL RUIDO Y LA FURIA

Economía de guerra

Apaga el aire, la luz, cierra el grifo. Deja de gastar, ahorra. No cantes ya más. Se nos pide una tremenda metamorfosis, pasar de un día para otro de cigarras a hormigas. Mientras, se raciona el hielo en las tiendas, se imponen limitaciones en los termostatos y ya mismo cortarán el agua por las noches porque los pantanos están exhaustos. Se nos impone una economía de guerra sin que hayamos declarado la guerra a nadie y nadie nos la haya declarado a nosotros, al menos formalmente. Son los nuevos tiempos de la globalización, la materialización de la teoría del caos: la mariposa ha batido las alas al otro lado del mundo y sus efectos se hacen notar en esta tempestad que nos da en la cara.

Sin embargo, tengo una nítida sensación de ‘déjà vu’, de camino recorrido, de película ya vista. En mi infancia el mundo era, más o menos, de esa forma. Heredábamos la ropa unos de otros (yo, el más pequeño, la de todos), comíamos lentejas dos veces por semana (una vez con chorizo, la siguiente con arroz) y si se te ocurría dejarte una luz encendida te caía un buen rapapolvo. Vivíamos en una austeridad espartana, monacal, sin darnos cuenta («este pan para este queso, este queso para este pan», decía siempre mi madre), porque no habíamos conocido otra cosa. Nunca nos sobró de nada y leíamos tebeos donde Zipi y Zape trataban de conseguir una bicicleta mediante vales (por un pedal, por una rueda…) y Carpanta soñaba con comerse un pollo que nunca se comía.

Y todo eso parece que regresa, en un ritornelo indeseado. Mientras apuramos el verano como si fuese el último de nuestras vidas (que acaso lo sea, al menos de esta forma de vida), nos van anunciando un otoño de desastres, de enfriamiento brutal de la economía, de serias dificultades. Tratan de ir haciéndonos el cuerpo para que nos pille prevenidos, pero hacemos poco caso porque aún somos cigarras, porque queremos seguir siendo cigarras, porque toda metamorfosis es siempre a la fuerza. Yo no sé si los críos de ahora leen a Esopo, ni siquiera si sus padres lo leyeron o han oído hablar de él, aunque todo parece apuntar a que van a aprenderlo por el método empírico.

El mundo vuelve a ser muy áspero. Nos hicieron creer que habíamos llegado a una sociedad donde todo era rápido, fácil, gratis, pero de repente nos pasan la factura. Nos piden que dejemos de cantar, pero ahora que habíamos cogido el ritmo no nos va a resultar tan fácil. En una de sus más conocidas canciones Silvio Rodríguez dice «el mundo se derrumba y yo cantando». Pues eso, a ver quién puede, quién quiere, dejar de cantar aunque el mundo se derrumbe.

Suscríbete para seguir leyendo