Opinión | La vida moderna Merma

Mari Gutiérrez y la gloria bendita

mari gutiérrez y la gloria bendita

mari gutiérrez y la gloria bendita / Gonzalo León

Cierto es que el avance, evolución y deriva de nuestra ciudad trae consigo mejoras sustanciales en diferentes aspectos. Hay espacios mucho más decentes que antes, comercios de alto standing y un flujo de visitantes que, por poco que ofrezcas, acabará consumiendo aquello que presentes.

La ciudad, como contenedor de experiencias, está generando flujos relevantes que parecen ser la panacea vital para nuestro entorno. De acuerdo.

En contra de todo ello se sitúa la complicada situación a la que se enfrenta continuamente Málaga: contener una dependencia extrema de un modelo que, a la mínima variación de la ruta global, puede desestabilizarse a niveles extraordinarios con el consiguiente riesgo que ello acarrea.

Es por eso que, a pesar de los pesares y la mejora general del ecosistema malacitano, hay elementos que comienzan a atragantarse al público local: La oferta cultural persiste a duras penas sin el guiri dando chancletazos alrededor. El comercio real y tradicional dejó paso hace tiempo ya a una figura impersonal de tiendas propiedad de fondos de inversión donde el empleado puede ser de Singapur o de Dos Hermanas y tú eres un insecto más de los que acude a su espacio a consumir.

Pero si en algo destaca esa globalización y gentrificación que sufre nuestra ciudad es en la hostelería. Los sitios puros, los colapsan los extranjeros y acaban perdiendo la esencia. Los sitios de guiris se disfrazan de puros para que piquen los de fuera y los de dentro no acuden desde el principio por el rechazo que eso genera. Y el resultado es que muchos malagueños adolecen de una oferta amplia en cuanto a bares y restaurantes se refieren en una ciudad minada de negocios de ese sector.

La vida es así de curiosa. El multiverso gastronómico malacitano está colapsado por personas que cenan cuando tú estás tomando el postre del almuerzo. Y la evidente causa de la pérdida de señas de identidad propia es la manera en la que el turista -sin querer- fagocita todos los entornos. Roma es ejemplo de ello y Málaga va por el mismo camino. Da pena, pero se entiende que los visitantes deben consumir aquí y se creen grandes servicios para ello. Se comprende, de igual manera, que si un negocio de hostelería tiene un noventa por ciento de clientela extranjera se centre en ellos a la hora de definir el servicio y productos que ofrece. Es el mercado.

Pero causado por esta ciudad que nos ha tocado vivir, hay momentos en los que los del lugar debiéramos defender ciertos lugares como pilares básicos de nuestra Málaga. Y uno de ellos son los Chiringuitos.

Un negocio que era efímero en su tiempo. Con el calendario de apertura completamente definido y que, con el paso de los años, se han convertido en un elemento de oferta perenne durante todo el año.

Eran un verdadero sueño aquellos Merenderos de Huelin y la playa de la Misericordia con sus cañas, los platos de duralex y las mesas sobre la arena. Cañas que eran cañas y no palos de aluminio. Barcas que eran barcas y no un cubo inoxidable. Y gente de la mar regentando, preparando y sirviendo.

Se ha perdido en su mayoría ese concepto. Los nuevos Chiringuitos de ahora son lugares en su mayoría muy cuidados. No tocas la arena de la playa ni por equivocación. Hay suelos con tarima de madera. Camas balinesas. Sombrillas que parecen de Persia y sirven Aguacate con Muesli. Unas cosas rarísimas.

Que están estupendas seguro. Pero quizá no era lo que uno se esperaba cuando hace incursiones marineras en búsqueda de un resquicio de verdad. Y me llama aún más la atención porque, de unos años a esta parte, existe una corriente que elige los mejores Chiringuitos de España. O del Mundo incluso. Y cuando eligen a algunos de nuestro entorno te quedas sorprendidos. Lugares que tienen de Chiringo lo que yo tengo de nadador sincronizado: Absolutamente nada. Sea como fuere, parece que la apisonadora del cambio ha reventado también los Chiringuitos de siempre. Ahora te ofrecen cachimbas. Te atiende alguien vestido de colores raros y te sirven dados de salmón con más kilómetros encima que el baúl de la Piquer.

Y es una pena. Porque se podría poner de moda entre los tontos comer Bacalaíllas, Conchas Finas de las que se mueven al echarles el limón o unos espetos de Manolitas bien hechos. O no. Porque pondrían las cosas más caras.

Por eso, cuando encuentras un espacio que aún funciona y vive con los pies en el suelo solamente toca agradecer y aplaudir por hacerlo posible. Lo he visto y encontrado en Guadalmar. En el Chiringuito Mari Gutiérrez. El nombre ya da pistas de que aquí tonterías las justas. No se llama Chiring-oh playa Club Summer ni Quillo Summer Healthy Beach Resto Gastro. No. Se llama Mari Gutiérrez. En alusión, supongo, a su dueña o familia. Y son ellos, la familia, los que regentan y gestionan también puestos de pescado en el mercado de Huelin. La clave de todo. Nunca habrá más verdad en una mesa de pescado si quien te lo sirve es también el proveedor. Y además, en torno al mejor mercado de pescado de Málaga.

Tanto es así que este chiringuito es uno de los mejores de Andalucía ahora mismo. Sin tonterías ningunas. Con camareros normales, que saben lo que venden y te hablan de manera sencilla. Con sillas y mesas pisando la arena. Con gente joven y mayor haciendo espetos como se debe. Con sardinas buenas y una candela preparada con tiempo. No sé si tendrán un perro alrededor pero seguro que sí. Porque no hay buen chiringuito que se precie que no tenga un perro sentado al lado del espetero.

El sitio donde el pescado es bueno. O no se pone. De los que definen la oferta según lo que traiga el mar. Hay esperanza, de la que nunca se pierde, en un rincón donde Huelin y la cocina de verdad se dan la mano entre parroquianos locales. Aquí no llegan los de Forbes. Pero sí que llegan las coquinas sin tierra y el bollito de pan de verdad.

Gloria bendita de la que se nos escapa día tras día. Mari Gutiérrez. Viva Málaga.

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