Opinión | ENTRE ACORDES Y CADENAS

OnlyFans: prostitución 2.0

Adictos al sexo.

Adictos al sexo. / Fernando Bustamante

La prostitución, dicen, es el oficio más antiguo del mundo. Excavaciones arqueológicas llevadas a cabo en diferentes puntos del globo, sin aparente conexión unas con otras, han encontrado vestigios de lugares donde, al parecer, se intercambiaban monedas u otros objetos por relaciones sexuales. En algunos sitios incluso se han conservado pinturas murales con motivos sexuales y esculturas fálicas de tamaño sorprendente.

Mesopotámicos, griegos, romanos. Ninguno está exento de culpa. Todos participaron y se lucraron con esta actividad. Y así ha sido hasta ahora, pues mientras retumban las voces que exigen su prohibición, miles de personas, aprovechando la clandestinidad que otorga la oscuridad de la noche, acuden raudos a satisfacer sus insatisfechas ansias por una porción de su peculio.

Algunos de estos lupanares se encuentran a la vista de cualquiera que tenga ojos y sepa cómo usarlos. Las carreteras generales son el lugar más habitual. Allí se alzan envueltos en luces y con nombres estrambóticos escritos sobre grandes paneles. Otros, sin embargo, son más discretos. Y suelen localizarse en pisos o en bajos, muchos de los cuales, para ocultarse estando a la vista, ofrecen masajes, reflexología podal o manicura a un precio muy asequible.

Sea en uno u otro caso, el negocio es el mismo. Sexo, en sus diversas manifestaciones, a cambio de dinero. Es decir, el meretricio clásico, el que existe desde que el mundo es mundo.

Ahora bien, todo cambia. Nada permanece inmutable al paso del tiempo. Y la prostitución no es una excepción. Las nuevas tecnologías han incidido de tal manera en ella que, junto al concepto ancestral, ha surgido otro caracterizado por la inexistencia, a priori, de contacto físico. Ejemplo paradigmático de este fenómeno es el servicio de suscripción de contenido conocido como OnlyFans. A través de esta web, los creadores de contenido, en muchas ocasiones sexual, reciben ingresos de sus ‘fans’, ya sea mediante una suscripción mensual, un pago único o un pago por visión de una determinada fotografía o de un vídeo. En otras palabras, pagan por visualizar fotografías o vídeos de personas desnudas, practicando sexo o masturbándose. Incluso pueden solicitar a dichas personas que les envíen material especialmente dedicado a ellos por una cantidad de dinero.

Al parecer, se trata de una web con cerca de dos millones de creadores de contenido y una base de ciento treinta millones de usuarios. Es cierto que no sólo está dedicada al negocio sexual, pues también hay chefs, músicos o pintores que muestran sus creaciones. Sin embargo, lo más usual en su seno es la ya conocida como prostitución virtual o prostitución 2.0, ya que, al fin y al cabo, se trata de personas que venden su cuerpo telemáticamente a cambio de dinero.

Hace unos días salió a la luz una noticia especialmente impactante. La ‘conejita de Playboy’ Daniella Chávez está a punto de cumplir su sueño: comprar el club de fútbol O’Higgins, originario de la ciudad de Rancagua, en Chile. Y para ello no se le ha ocurrido otra idea que desnudarse y vender sus fotografías en internet, en OnlyFans. Al principio todos pensaban que ganaría algo, sin duda, pero que nunca sería capaz de alcanzar la cantidad necesaria para comprar un equipo de fútbol.

Ilusos… Ha pasado el tiempo, no mucho, y la señorita Chávez ya ha ganado ocho millones de dólares. Daniella está radiante, su emoción no cabe en su interior. Sin pensarlo demasiado, o tal vez sí, ha pasado a engrosar las listas de quienes ejercen la profesión más antigua del mundo en su versión contemporánea. Y lo ha hecho por la puerta grande. Se ha llevado las dos orejas y el rabo, en sentido metafórico. En un abrir y cerrar de ojos, se ha convertido en una de las meretrices 2.0 más célebres del mundo.

Su conducta es perfectamente entendible. Puede hacerlo y lo hace. Nada se le puede reprochar. Lo que me resulta difícil de comprender es el proceder de quienes, situados frente a la pantalla de su ordenador, están dispuestos a invertir su dinero en estos lúbricos menesteres.

Y bueno, qué decir de la otra web estrella, SugarDaddy, en la que jovencitas y jovencitos aceptan convertirse en ‘acompañantes’ de hombres y mujeres maduros con una buena posición económica por una cantidad de dinero y presentes varios. «Una comunidad para hombres exitosos y mujeres bellas», dice su web de Chile. «Un sugar daddy es un hombre de alto poder adquisitivo que tiene relaciones afectivas con mujeres a las que ofrece estatus social, apoyo o mentoría», señala la española.

Cada vez son más las personas que se valen de estas páginas o aplicaciones. Así pues, la prostitución, antes limitada a la oscuridad de los lupanares, ha comenzado a generalizarse en la sociedad. Y lo más preocupante, entre los jóvenes, los cuales, en el marco del proceso de sexualización de la vida en el que nos hallamos inmersos, han descubierto que su cuerpo es una mayor fuente de ingresos que una carrera universitaria o un módulo de formación profesional.

Se precisa más control, sí. Pero lo más necesario no es esto, sino una formación en valores que nos vuelva a recordar que el dinero no lo es todo.

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