Opinión | Notas de domingo

Insomnios y misterios

La hacienda Cortijo Jurado, construida en el primer tercio del siglo XIX y remodelada en 2014

La hacienda Cortijo Jurado, construida en el primer tercio del siglo XIX y remodelada en 2014 / JOSÉ MANUEL MORALES

Lunes. Tarde de playa perfecta en Torremolinos. No hay medusas, no hay grandes olas, mar plato. Gente la justa, no la marea ingobernable de los domingos. Para (buen) colmo, ha bajado un poco la calor. El agua no tiene esa temperatura de caldo, treinta grados, que tuvo el fin de semana. Mi hijo y yo seguimos sumergidos de cuello para abajo muchos minutos más allá de ese momento en el que ya tienes las yemas de los dedos arrugadas. Desde la toalla, luego, veo el horizonte, su serenidad, el azul decidido del cielo. Aviones que salen de continuo, uno cada dos o tres minutos. La gente en el agua hace de todo: nada, pedalea, juega, maneja tablas, flota, saluda, se tumba en colchones o habla idiomas exóticos. Me da por pensar que haya cerca un columnista observándome para hacer luego un artículo satírico veraniego sobre la fauna playera. No sé si para él seré un señor que salpica, un padre protector, un nativo que no usa crema solar, un turista de Madrid u otro columnista que es observado. El colmo sería un tercer columnista observándonos a los dos Me pongo las gafas de sol para que nadie sepa donde miro.

Martes. Russell Crowe no para de hacer el cafre después de que una señora no se haya disculpado con él por un incidente de tráfico. Qué tío. Venga a hacer maldades y matar gente. La película se llama ‘Salvaje’ y me la ha recomendado Víctor A. Gómez, el jefe de Cultura de este periódico, que está puesto en tendencias cinematográficas y que sabe qué puede entretenerme. Me identifico con Russell Crowe a veces. El muy cabrón.

Miércoles. Fascinante documental sobre el Cortijo Jurado y el rodaje de un corto allí. El lugar es espeluznante, atrayente, misterioso y tiene un punto friki. Sale mucha gente conocida (por mí) en el docu, que se llama Imborrable. Entre ellos el propio Víctor, Juan Antonio Vigar, Rafatal o Paulino Cuevas, el productor, exitoso y talentoso hombre del cine. Lo veo en forma. Aún recuerdo nuestras andanzas infantiles en el colegio Los Olivos. Iba a escribir: qué tiempos. Pero mejor sería decir: qué tiempos estos. Planeo dar una vuelta un día de estos, a plena luz, por Cortijo Jurado. Para escribir un relato. A lo mejor el fenómeno sobrenatural que me ocurre a mí es el inverso al de los documentalistas, que se les borraban las cintas. A lo mejor yo llego allí, pienso en el relato y se escribe solo.

Jueves. Me envían una ginebra para que la comente en redes sociales. Me siento un influencer. Me siento también en mi sillón a probarla. Tengo un sillón para Instagram y otro para sentarme y hacer vida cotidiana. Nuestras vidas son los ríos, que va a dar a Instagram. No sé si está buena. La he ahogado en tónica y le he añadido limón exprimido. Al tercer sorbo me llegan mensajes de un grupo de whatsapp concurrido. Ninguno de sus miembros es del cuerpo diplomático. Pongo una foto del botellín y ahí acaba mi influencia. No el debate. Cuando la conversación aminora, escribo: «Hablar de Ginebra es un debate muy suizo». Silencio el móvil. Abro unas almendras.

Viernes. Con esto del insomnio se hace uno una culturita. A base de podcast. Oigo sucesivamente una hora de audiolibro de El origen de las especies de Darwin; una entrevista a Arcadi Espada, que da noticias de un libro sobre su juventud que ahora redacta y que recomienda mucho el restaurante Deliri en Barcelona; también un programa sobre los godos y una entrevista de Jorge Bustos a Javier Gomá. Se levanta uno cansado pero con la cabeza llena de datos. El primer café me despeja para hablar por la radio. El segundo es en una terraza céntrica y el tercero en la redacción. A la tarde, camino de casa, pienso aquello de Ruano (en mi caso por mucho tiempo): «Ya estoy escrito».

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