Opinión | LAS CRONICAS DE DON FLORENTINO

La desaparición de Ciudadanos

Inés Arrimadas.

Inés Arrimadas. / EP

La desaparición de Ciudadanos es una mala noticia para la política española. Elección tras elección los naranjas han ido dilapidando un capital político que llegó ser más que considerable, y que podía haber actuado como moderador del poder y dique de contención de muchos de los excesos del Sanchismo. Pero eso es la historia de lo que pudo haber sido y no fue. La realidad es que al partido le queda poco más que la eutanasia que supone integrarse en las listas del PP y renunciar a esa ideología liberal con la que consiguieron ilusionar a unos pocos pero que el tiempo, ese severo juez, ha desposeído de significado, dejando a España huérfano de ese espacio de centro, disputado y mal representado por todos.

Y las culpas están repartidas, como casi siempre en la vida.

Quizá erigirse en conciencia nacional, como en momentos intentó hacer Ciudadanos, no sea la mejor idea para una formación compuesta por personas de carne y hueso, por aprendices de políticos que cuando surgieron era fácil ejercer de pepito grillo, pero que cuando comenzaron a tocar poder sintieron -y sucumbieron en algunos casos- a las tentaciones propias de oropel.

El momento clave fue la postura de Albert Rivera en julio de 2019, con 57 diputados y la disyuntiva de apoyar a un gobierno de Pedro Sánchez. Es cierto que lo que Rivera no quería es que millones de votos «prestados» desde su derecha acabaran apoyando al PSOE, lo que tuvo tres consecuencias inmediatas: repetición de elecciones, gobierno PSOE-Podemos y descenso de Ciudadanos de 57 a 10 diputados en noviembre del 19. Quizá don Albert se vio como el nuevo líder del centro-derecha y eso le llevó a una postura que el tiempo ha condenado.

Rivera dimitió, lo que le honra, pero su partido no estaba preparado para renunciar a su liderazgo personalista y se encomendó a la señora Arrimadas, que lo ha tenido ciertamente difícil, conduciendo una nave en trayectoria de colisión, un partido nacido con vocación de bisagra. Porque los pactos de Ciudadanos se han orientado casi siempre hacia su derecha, cuando su propia esencia y su intención regeneradora lo predisponía a unas opciones más amplias, aunque reconoceremos que eso no es muy bien entendido en un país con la cultura política del español. Porque en nuestro país ha quedado demostrado que, en las coaliciones, el pez grande se come al chico: Lo vemos en el Gobierno central, en el de Madrid, Castilla León, Andalucía

Si a eso añadimos personajes y personajillos que han ejercido ese hábito de saltar del barco que se hunde, incluso alguno además ejerció de reclutador de ex compañeros en oficinas montadas por partidos de la competencia… Y cerramos el círculo con el derrumbamiento en la comunidad de donde surgió y donde justificó su razón de ser: Cataluña, en la que pasó de 36 escaños -en 2017 la ganadora de los comicios renunció a aceptar siquiera el encargo de formar gobierno, nuevo error histórico- a una posición irrelevante en 2021.

Ciudadanos ha sufrido el agotamiento de un votante que buscaba otras opciones, un votante no militante que pretendía utilidad, honestidad, poder matizar los excesos de las mayorías absolutas y volver la cabeza hacia ambos lados con un sentido práctico, evitar las fuerzas centrífugas e introducir una cuña de sensatez entre los dos monstruos históricos de nuestra política.

Pero eso, lamentablemente, ha quedado en el olvido. Las siglas de Cs ya se parecen demasiado a las del CDS. Quizá, en el futuro, otro partido venga a recoger la bandera de moderación, centralidad, honestidad y liberalidad que la desaparición de Ciudadanos deja vacantes en la sociedad española.

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