Opinión | EL RUIDO Y LA FURIA

La vida jugada

Me he levantado hoy Federico. Será porque me siento a escribir el día de su muerte. Hace ochenta y seis años que lo asesinaron. Lo fusilaron no por «rojo y maricón», esa simplificación que ya no cuela. Lo mataron, sobre todo, por haber escrito ‘La casa de Bernarda Alba’, donde ajustaba cuentas con una parte de su familia política por asuntos de una herencia. Hay bastantes datos, busquen por ahí si tienen curiosidad.

Es un frecuente destino para los juglares. El juglar, según definición de Sebastián de Covarrubias en su maravilloso «Tesoro de la lengua castellana o española», siempre lleva «la vida jugada y anda a mucho peligro». No es una novedad, viene ocurriendo desde siempre. Dice Atahualpa Yupanqui en sus ‘Coplas del payador perseguido’: «Si uno canta coplas de amor,/ de potros, de domador,/ del cielo y las estrellas,/ dicen ‘que cosa más bella/ si canta que es un primor’./ Pero si uno como Fierro/ por ahí se larga opinando,/ el pobre se va acercando/ con las orejas alertas,/ y el rico bicha la puerta/ y se aleja reculando». El payador es el trovador de la Pampa, el heredero americano del viejo oficio de cantar y contar la vida en octosílabos.

Son muchas las historias que se cuentan de la azarosa vida del juglar. A mí siempre me ha gustado referir la de Giraut de Bornet, quien después de una visita a la corte del rey castellano Alfonso VIII, donde sus poemas fueron premiados con valiosos regalos (un soberbio palafrén, muchas joyas y hermosas ropas), en cuanto cruzó la frontera el rey de Navarra le hizo robar el palafrén, las joyas y las ropas, ante lo cual el pobre Giraut solo pudo hacer una cosa, componer una delicada pastoral en la que tres muchachas cantan lamentando el daño, la desmesura y la malicia que triunfan sobre la alegría y la bondad.

El destino del juglar es cantar y dejarse la vida en ello. Salman Rushdie casi ha perdido la suya en un ataque que, si bien aún no está completamente esclarecido, todo hace indicar que tiene su origen en la condena que recibió hace más de treinta años por escribir una novela que no gusta a un grupo de fanáticos. Pero sigue vivo. Quizás pierda un ojo, tal vez le queden muchas secuelas, pero es posible que sobreviva y que aún tenga tiempo y energía para volver a cantar y, otra vez, «por ahí se largue opinando».

Ya les decía que me había levantado hoy Federico. Y Giraut, y Salman. Será porque cada vez veo más fanatismo, más odio desatado, y ante eso no podemos contestar con la censura de los biempensantes o con la autocensura de los tibios. Ante eso debemos volver a cantar y no permitir que nos digan qué y cómo, aunque implique «llevar la vida jugada y andar a mucho peligro».

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