Opinión | 725 palabras

Estampas, a la de una, a la de dos y a la de tres...

A la de una: Los bebés, sus límpidas sonrisas, son la demostración empírica de que la depresión y la angustia son patologías propias de los adultos, pero solo de aquellos que decidieron olvidarse de ser niños. Tras la sonrisa de un bebé no existe el miedo, ni la mentira. ¿Para qué necesitaría mentir un bebé?, me pregunto.

Dos metros entre uno y el otro. Dos bebés de pocos meses colgaban de las mamas de sus mamás, que las sujetaban conectadas a los labios de sus hijos. Tanta felicidad parecía imposible, pero el gesto de las madres las delataba: no acertaban a dilucidar si sus bebes colgaban de sus pechos o si eran ellas, cada una, las que estaban sujetas por sus hijos, que las conectaban al amor por sus pezones.

A propósito de colgar, ¡ay, aquellos teléfonos móviles que colgaban de la cintura de los inocentes humanos que los mostrábamos orgullosos hace treinta y cinco años! Aquellos teléfonos mutaron y ahora es el humano el que cuelga de ellos, por abducción simple. Inteligencia superior domina a inteligencia inferior. ¿Cuántos terabytes de RAM tendrá la inteligencia del humano medio? Quizá hasta más que un teléfono de última generación, pero, por lo general, muy mal gestionados...

–¡Mamá, yo quiero ser teléfono...!

A la de dos: Este año San Lorenzo ha lagrimeado tres días sin descansar. La quietud de las sombras puso el cartel de completo durante las tres noches. Terrazas, tejados, playas, paisajes alejados de la contaminación lumínica de las urbes... han sido motivo de quedadas para ver a San Lorenzo llorando perseidas a tutiplén. Yo, hace unos años salí a navegar ex profeso, para ver si las lágrimas del santo subían la marea. Y la marea subió, pero no por la llorera santa, sino porque la luna quiso, como quiere cíclicamente. Cuando un humano llora de emoción toda la humanidad se ve generosamente atañida.

Hace pocos días fui testigo directo de cómo una dama llamaba a la puerta blindada de una emoción. ¿Quién habrá blindado las puertas de las emociones? Cuando aquello ocurrió yo ya llevaba unas cuatro mil quinientas horas dentro, al otro lado de la puerta, abrazado emocionadamente al agradecimiento, que es la emoción que lo recompone todo. La dama se unió y la explosión de júbilo luminoso alcanzó a todo el Universo, pero, como casi siempre, buena parte del Universo no se percató de ello. ¿Cuándo el sistema enseñará a los aspirantes a ser humano que ser verdaderamente fuerte y poderoso no significa esconderse y huir de las emociones, sino todo lo contrario?

A la de tres: La canícula de este año viene cargada de pigricia. Los brazos y las mentes cuelgan ociosos mientras el mundo gira sin ánimos. Justo ahora, fuera, una perra y un gato platican silentes, y yo los comprendo. Mis acentos en las lenguas perruna y gatuna no son nada de envidiar, pero mi convivencia con los animales me han afinado la comprensión de ambas lenguas vivas. Cuando uno llega a vivir en familia con los animales termina por aprender profundamente sus idiomas, obviamente, solo de oído. Ni idea de las escrituras gatuna y perruna. De hecho, la verdad, nunca vi a mi perra y a mi gato cartearse entre ellos.

¿Cómo se escribirá «te quiero» en gatuno y perruno? Mi gato y mi perra hasta el fin de sus días se profesaron amor del bueno. Qué digo del bueno..., ¡del mejor que bueno! Y cada día compartieron lecho sin más ánimo que protegerse y acompañarse sin invadirse ni manipularse en función de las carencias de cada cual. Mi perra y mi gato a lo que aspiraban no era a acostarse, sino a despertarse juntos, que es distinto...

Lady Grumete y Cosita fueron la más pura expresión de los seres icásticos, el vivo ejemplo del egoísmo más responsable, del respeto más profundo y de la generosidad sin límites. Ni mi perra dejó de ser perra para amar generosamente a mi gato, ni mi gato dejó de ser gato para amar generosamente a mi perra. Yo, sobre amor y apego, lo aprendí casi todo de ellos. Y gracias a sus enseñanzas ahora estoy entregado en cuerpo y alma a mi doctorado en egoísmo responsable, en respeto sin condiciones, en generosidad infinita y en agradecimiento sin freno. Ya casi llego...

¡Ay, los humanos, los más listillos del universo, qué raros somos!

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