Opinión | EL RUIDO Y LA FURIA

El fin de todas las cosas

Un gráfico sobre la subida de la inflación.

Un gráfico sobre la subida de la inflación.

Habla Umbral en ‘Mortal y Rosa’, su mejor obra, del antropoide que vive en nosotros, el que «se va humanizando, se va civilizando, se torna filosófico y melancólico». Somos eso en realidad, un mono pelado que ha alzado la vista y ha comprendido que va a morir. Desde entonces hemos filosofado (toda filosofía es una meditación sobre la muerte, dice Platón) con nuestra muerte individual y con el final de los tiempos en general. Porque desde ese antropoide que se va civilizando el mundo empieza y acaba en él, en su especie. No hay mundo sin ser humano, el mundo es porque el humano lo posee.

Y ahora, de pronto, muchos tienen la sensación de estar asistiendo a ese fin de los tiempos que tanto se ha temido y esperado. Habíamos especulado largamente sobre cómo sería este final, el apocalipsis, la versión bíblica y el resto de versiones, y finalmente, superado, al parecer, el virus que iba a acabar con la frágil y, sin embargo, prepotente especie humana, ahora se ha puesto en cabeza esa guerra que se libra en las lindes de Europa pero que en realidad se desarrolla en los mercados, las bolsas, las economías.

Se nos va previniendo de que viene un otoño difícil y un invierno para sufrir. Acaso racionamiento de la energía, problemas de abastecimiento, carestía de lo urgente y necesario, necesidad… Se parece Europa a sí misma hace cien años.

A mí siempre me suenan interesados estos augurios. Será porque aprendí hace mucho que los poderosos saben que somos más dóciles con miedo, más fáciles de conducir, de hacernos aceptar lo malo ante el temor a lo peor. Se anuncia con insistencia y mucha fanfarria la catástrofe, el fin de todas las cosas, y se consigue que la parte más animal del antropoide acepte cualquier condición, incluyendo la esclavitud, con tal de seguir respirando.

Más que el gas para la calefacción o el grano para el pan, más que los precios disparados hasta hacerse inalcanzables, lo que nos jugamos es la libertad. No va a tardar mucho en aparecer quien nos proponga entregar la poca que nos va quedando a cambio de seguridad. Porque, aunque la seguridad es una fantasía, los humanos siempre hemos gustado de entregarnos a cualquier modo de fantasía, desde todas las religiones únicas y verdaderas al imaginario del dinero, ese absurdo, con tal de sentirnos a salvo.

Al cabo, es cierto que se avecina un otoño complicado y un invierno terrible. Mi maestro Alcántara solía decir que el miedo es siempre peor que aquello que se teme. Y tenía razón. Lo peor de todo esto es ver cómo el miedo vuelve a ganarnos la partida.

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