Opinión | 725 palabras

Naderías septembrinas

La peor cara de septiembre no es la de sus treinta días y sus muchas horas cargadas de angustia, sobre todo en Ucrania, en la que este septiembre será muy distinto, sino la de los humanillos deambulantes que, en tropel, de vuelta del solaz vacacional, ya hemos iniciado a transitarlo cabizcaídos por el reencuentro con la realidad más larga; desencantados con las falsas promesas de la Primitiva; desubicados por el reencuentro con la rutina que hiere e hiere hasta que mata, demasiadas veces a mitad del camino; desenamorados por las promesas de los prometedores falsos; ateridos ya por el frío por venir en base a los kilovatios/hora a millón y pensando en la desnutrición que acecha por el pescado que tantos cientos de miles de esfuerzos que no alcanzarán a comprarlo.

A pesar de su grandeza transcendente, septiembre, como la vida misma, no es más que un nutrido compendio de bagatelas, de menudencias, de fruslerías, de nimiedades, de futilidades, de minucias... que nos llenan o nos vacían la mochila de la felicidad a base de agitar la regla para confundir el necesidad con el deseo.

En el mundo moderno lo peor y lo mejor mutan ipso facto en función de un uno, una equis o un dos puestos donde la suerte decide. La historia, desde antiguo, da constantemente fe de ello con intenciones diversas. Si no, por un instante, tomemos consciencia de lo que opinarían los Caballeros Templarios del siglo XIV, creo, sobre la bula papal «vox in excelso» de Clemente V que les desenhestó las lanzas en el pispás que duró la filigrana clementinoquinta. La flacidez de las lanzas templarias fue el principio del fin de aquellos feroces caballeros. ¡Qué no daría don Ronaldo, el líder del trumpismo por disponer de semejante tropa en este particular momento que sigue perdiendo a base de constantes pulsos contra la razón...!

La luz de septiembre no es, para nada, una baratija, pero para verla hay que mirarla con las gafas de mirar y ver puestas, de otra manera ha tiempo que pasa desapercibida. Y da la casualidad de que las gafas de mirar y ver, a pesar de su insignificante coste, no son trago de buen gusto para la mayoría de la peña de los humanos, por la sencilla razón de que cuando uno mira y ve, hasta llega a verse a uno mismo y eso es un asunto chungo chunguísimo para los más sabios del Universo...«Cosas tenedes Cid que farán fablar las piedras», le dijo Alfonso VI al guerrillero español por antonomasia.

A pesar de su inimitable luz, septiembre, como enero, es un mes de duelo para el bolsillo y los ánimos, un mes consecutivamente depresivo y angustioso en el que la pigricia y la tristeza reinan de norte a sur y de este a oeste, y viceversa en ambos casos. Las múltiples insignificancias que históricamente conforman a septiembre siempre nacieron tristes, amenazantes y amontonadas sobre la impotencia, el desamparo y el desamor.

Septiembre es un a priori lacrimable porque «septiembre o seca las fuentes o lleva los puentes», según reza el viejo refrán popular que jalea a la tristeza. En septiembre la amimia crece para colmar las calles de gentes uniformadas de gesto ausente. Septiembre es próvido en desidia para anunciar la rentrée del otoño y la de la insistentemente insoportable política, cada vez más insolvente e irrespetuosa con la inteligencia y la intención que debiera serles exigibles a los que viven de ella, que no por ella. El inicio del curso político, cada vez más, se me antoja como la constante vital de la demostración del arte del barbero: «dejar patilla donde no existe pelo». Tal cual, tristemente, lo siento...

Una de las significadas insignificancias de septiembre es su lentitud, su retraso, por cuanto que siendo séptimo lleva siglos siendo el noveno en el pelotón de los meses, efecto que comparte con el mes de diciembre, y aun así, particularmente septiembre ha sido un mes acariciado por las plumas más sentidas de las letras, que lo pintan como el umbral de entrada a la siguiente estación: «Buenos días, señores golondrinas / o señoritas o alas o tijeras, / buenos días al vuelo del cielo / que volvió a mi tejado: / he comprendido al fin / que las primeras flores / son plumas de septiembre» nos legó el inmortal Neruda, escribiendo desde el hemisferio sur.

Y lo escribió sin pestañear.

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