Opinión | Entre acordes y cadenas

TikTok debe responder

TikTok añade funciones para controlar cuánto tiempo usas la app.

TikTok añade funciones para controlar cuánto tiempo usas la app. / EPC

De todas las redes sociales actualmente disponibles, TikTok es, sin duda, la preferida de los adolescentes y, cada vez más, también de los niños que, en vez de nacer con un pan debajo del brazo, hoy en día lo hacen con un Smartphone.

A diferencia del clásico Facebook o del más reciente Instagram, que se centran en la fotografía, el objetivo de TikTok son los vídeos, los vídeos cortos, la mayoría de los cuales duran apenas unos segundos. En éstos, los usuarios pueden grabarse haciendo cualquier cosa y compartir luego dicha grabación con sus seguidores, cuyo número sube o baja en función de lo conocido que sea el usuario y lo impactantes, en el más amplio sentido de la palabra, que sean sus vídeos.

El éxito se consigue única y exclusivamente por el número de reproducciones de cada vídeo. Si es visto sólo por sus amigos, el usuario permanecerá en el anonimato. Pero si logra que su contenido se haga ‘viral’, se convertirá en alguien famoso, más conocido entre los adolescentes que un tal José Zorrilla, olvidado incluso en los libros escolares de literatura y a punto, por decisión ministerial, de ser incorporado a los de flora y fauna.

Una forma de darse a conocer es protagonizar lo que se conoce como ‘retos’, algunos inofensivos, como un baile frente a la cámara, y otros estúpidos y peligrosos, como el llamado ‘¡Al aire!’, en el que el usuario, caracterizado por una inmensurable memez, forma un círculo con sus amigos, todos igual de zopencos, para lanzar al aire un objeto contundente y esperar a que la gravedad haga su trabajo, que no es otro que provocar el impacto en la cabeza de uno de ellos. Todo grabado, por supuesto, y acompañado de la risa propia de la hiena. Se empieza con una botella de cristal y luego, si todavía ninguno ha padecido una conmoción cerebral, se intenta lograrlo lanzando una silla, una mesa, un cubo de basura o incluso una escalera de metal. Cuanto más contundente sea el objeto, más seguidores obtendrá el usuario y más famoso se hará.

Otro reto muy conocido es el ‘Hielo y sal’, que desde el año 2010 lleva provocando ingresos de adolescentes en urgencias. Consiste, cámara en mano, en esparcirse sal sobre la piel y después, una vez sazonada, colocarse encima un cubito de hielo. La consecuencia es fácilmente adivinable: se produce una reacción química que quema la piel. Quemaduras de segundo y tercer grado. Pero eso sí, quien aguante más mientras su cuerpo se calcina, gana y, por tanto, consigue más seguidores y más popularidad.

Por último, no podemos olvidar el ‘Blackout challenge’, en el que el protagonista se ata al cuello una cuerda, un cinturón o algún otro objeto que dificulte la respiración hasta lograr desmayarse. Uno de los ‘retos’ más peligrosos que, hasta ahora, se ha cobrado decenas de vidas por infarto cerebral. La más sonada, la del niño británico Archie Battersbee.

Todo esto ocurre a nuestro alrededor. Y quienes no frecuentamos las redes sociales no solemos enterarnos hasta que ocurre una desgracia. El problema es que, cada día, son más frecuentes y prácticamente nadie toma medidas efectivas para evitarlo. Quienes nos gobiernan, aquí y allá, están más preocupados de combatir la llamada ‘desinformación’ en internet, es decir, todo aquello que no se acomoda a las nuevas verdades oficiales, pero no prestan atención a las prácticas que, durante años, han segado y continúan segando las vidas de niños y adolescentes.

Resulta intolerable que nadie haya obligado a una empresa como TikTok a controlar los contenidos que sus usuarios cuelgan en sus cuentas, no desde un punto de vista político o atentatorio contra la libertad de expresión, la siempre intolerable censura, sino desde la perspectiva de la posible comisión de determinados delitos, pues si todos estaríamos de acuerdo en sancionar la difusión de un vídeo en el que se enseñe a fabricar una bomba casera o a almacenar sin riesgo pornografía infantil, no puedo entender cómo, hasta ahora, nadie ha propuesto las mismas restricciones a los vídeos en los que se enseña e incluso se incita a los niños a quemarse, ahogarse o autolesionarse para dibujarse una ballena en un brazo con un cuchillo.

Esto no es libertad de expresión. No es ni siquiera expresión. Como tampoco podríamos calificarlo de libertad de creación artística, pues ninguna sociedad, a excepción de las moralmente enfermas y putrefactas, como ya se atisba la nuestra, podría considerar tal la inducción al suicidio de niños y adolescentes.

No miremos hacia otro lado. Mañana la víctima podría ser alguien cercano. Y nadie quiere a su hijo en la portada de los periódicos.

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