Opinión | PALABRAS GRUESAS

El desplome de Rusia en Járkov

Edificio bombardeado en Izium, Jarkov.

Edificio bombardeado en Izium, Jarkov. / REUTERS

La doctrina militar rusa se ha basado desde hace tiempo en una de esas frases que pronunció Stalin y que definía su brutalidad: “No hay problema que no se solucione con toneladas de dinamita”.

En octubre de 1985, un comando terrorista del ejército de Jálid ibn al-Walid, perteneciente a la Organización de Liberación Islámica, secuestró a tres diplomáticos y un médico soviéticos en la zona musulmana de Beirut. Los secuestradores exigieron para su liberación que Moscú realizara gestiones ante su aliado, Siria, para que detuviera el asalto contra la ciudad libanesa de Trípoli, que estaba asediada por milicias libanesas prosirias. El agregado comercial de la embajada rusa, Valeri Mirkov, el secretario consular, Arkadi Katalov, junto al agregado de seguridad, Oleg Spirin, y el médico Nicolai Sirski fueron los primeros diplomáticos rusos secuestrados por un grupo de desarrapados, lo que significó una auténtica afrenta a la dignidad del imperio soviético.

Según los servicios de inteligencia de Moscú, el ataque fue planificado por Imad Mugniyah, alias “la hiena”, un sanguinario agente de Hezbolá con un impresionante historial de atentados y muertes, quien para demostrar que la cosa iba en serio asesinó a uno de los rehenes de un tiro en la cabeza, abandonando su cuerpo en un vertedero.

De inmediato, desde Moscú se envió al Líbano a uno de los comandos especiales más secretos y crueles del KGB, el destacamento Trueno del grupo Alpha, que no tardó en identificar a todos los terroristas que habían participado en la operación, secuestrando a familiares de cada uno de los terroristas que tenían todavía en su poder a los tres diplomáticos soviéticos secuestrados. No solo se encargaron de que el comando terrorista supiera que todos sus familiares serían ejecutados si alguno de los tres diplomáticos rusos en su poder sufriera algún percance o fuera asesinado, como había sucedido con su compañero, sino que para que no dudaran de que hablaban en serio y de cómo morirían cortaron la cabeza de uno de los familiares apresados, le pusieron en su boca los testículos y la metieron en una caja que hicieron llegar al comando islamista, al tiempo que abandonaron a este pobre rehén en un basurero, de la misma forma que habían hecho con su compañero asesinado, Arkadi Kartov.

A primera hora del día siguiente, un Mercedes destartalado dejaba precipitadamente a los tres diplomáticos rusos secuestrados a la puerta de la embajada de la URSS en Beirut, alejándose a gran velocidad con las puertas abiertas. Desde entonces, ningún otro diplomático soviético fue secuestrado por grupo terrorista alguno.

Durante mucho tiempo, la URSS primero y la Federación Rusa después, han sido respetadas y temidas por su brutalidad a la hora de usar la violencia contra sus oponentes, mezclada con un conocimiento del enemigo para sacar el máximo partido de sus debilidades. Es algo que han aplicado a lo largo de su historia de guerras y batallas, con una extraordinaria tozudez, sin importarles el precio en vidas humanas y desarrollando como nadie los bombardeos masivos de saturación por una artillería siempre fundamental en su ejército.

Por eso no se acaba de comprender bien el colapso ruso en el óblast de Járkov, recuperado en días por Ucrania, y que ha dado un vuelco a una guerra que, para Vladimir Putin, era una simple “operación especial militar” de unos pocos días, que llevaría a cambiar el gobierno de “drogadictos y nazis” en Kiev. Junto a la recuperación de más de 8.000 kilómetros cuadrados ocupados por Rusia, Ucrania ha dado un paso decisivo en la ofensiva del Donbás y Crimea, forzando el abandono masivo de numerosos equipos militares, junto a una retirada rápida y vergonzosa de sus tropas. Las imágenes de las decenas de tanques y valiosos vehículos dejados a su suerte por el maltrecho ejército ruso en su huída o de camiones con soldados saliendo a toda velocidad de las poblaciones recuperadas por Ucrania hablan por sí solas. El segundo ejército del mundo entrega en días lo que le costó meses alcanzar, algo que no habla muy bien de sus capacidades

Pero Rusia no solo ha perdido estos valiosos territorios, también ha perdido credibilidad internacional, demostrando ser mucho más débil ante el mundo, lo que puede ser muy peligroso en un país con la capacidad militar y nuclear que tiene. De hecho, desde que comenzó la ofensiva no se habían vivido tantas críticas a Putin y a su fallida intervención militar en Ucrania como las que ahora se están produciendo, incluso en la propia Duma y en el entorno más cercano al presidente ruso. Hasta el punto de escucharse peticiones de declaración del estado de guerra, de reclutamientos masivos entre la población y hasta de ejecuciones de los militares responsables del fracaso, algo muy ruso, desde luego.

Aunque los países occidentales, responsables en buena medida del éxito de esta ofensiva de Ucrania en Járkov, se sientan victoriosos, sería un buen momento para redoblar las iniciativas de paz que desemboquen en un acuerdo que, más tarde o más temprano habrá que firmar, por muy débiles que sean las bases para ello. Todo con tal de impedir que llegue el invierno de sufrimiento, muerte y destrucción que tenemos a las puertas.

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