Opinión | En corto

Me uno al seguro dolor de los canes

Un funeral es un periodo de tregua y por el bien de todos (salvo del difunto, al que le dará igual) conviene que así sea. Esa tregua incluye una suerte de amnistía temporal de los desmanes de los deudos y de las querellas entre éstos, quedando envueltos todos por el celofán protocolario. El adosamiento forzoso del deportado Rey Emérito, la recuperación temporal por el sindicato de la sangre azul del príncipe Harry y la odiada Meghan (cuyo rencor social lo llevó a dimitir de la Casa), el uniforme militar de un solo uso del proscrito príncipe Andrés o la presencia de su díscola exesposa Sarah Ferguson, que estos días han hecho correr lo que antes se llamaban ríos de tinta, son buenos ejemplos. Con todo, para mí el mayor acierto del protocolo ha sido dar cierta participación a los perritos corgis de Isabel II, cuyo cariño debió de endulzar algo sus últimos meses. Ellos sí se lo merecen.

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