Opinión | Ver, oír y gritar

Deformaciones grotescas

Giorgia Meloni.

Giorgia Meloni. / Bloomberg

De acuerdo. La gente vota y sale de las urnas lo que salga. Unos montan una misa de réquiem y otros lo celebran comiendo pizza y bebiendo. Ya se sabe que nunca llueve a gusto de todos. Bruselas tampoco alza la copa ante la propuesta del ganador, la ultraderechista Giorgia Meloni, admiradora de Mussolini, que acaba de obtener un triunfo electoral por goleada contra la portería contraria. Ofrecer estabilidad es lo menos que puede pedirse en las circunstancias actuales. Pero no va a ser fácil con una presidenta como esa en Italia. En Madrid, a Díaz Ayuso solo le falta lanzar confeti.

El desilusionado personal busca aliento y se echa en brazos de cualquiera que lance cacahuetes. Incluso si están envenenados. El bloque de la derecha, con Matteo Salvini y Silvio Berlusconi, ese defraudador fiscal, entre otras lindezas patrióticas, se adueñará de la Cámara Baja y del Senado. El instante no es el más idóneo con el cohete de la inflación fuera de órbita, las garras que asoman con la crisis energética o el recrudecimiento de la guerra en Ucrania. Que circula viento en popa a toda vela, surcando los mares en medio de la agitación de las olas y de una fuerte borrasca.

Si las cosas fuesen en tierras italianas por mala dirección, como en Hungría y Polonia, hay herramientas para defender el Estado de derecho. ¿Voto libre, democrático y soberano? Sí. Es decir, «Dios, patria y familia», ese ADN político, y todos tan felices comiendo (o sin comer) perdices. Porque el cristianismo a su modo, a golpe de cachiporra si es necesario en esta farsa guiñolesca, es la «última esperanza», según algunos. Eso sí, los fondos de recuperación de la UE son para quienes se los merecen.

Abascal cree que Meloni es el camino de una nueva Europa para hacerla a imagen y semejanza de esta clase de grupos que avanzan progresivamente. ¿La solución a los problemas reside ahí, en la coalición tripartita y en el odio al otro? La líder ultra no parece que vaya a arriesgar en la arena económica y financiera, ya que su país es el que tiene más fondos asignados en el marco del plan de recuperación europeo. Lo que se necesita, sin duda, es una Europa más democrática que proteja a la mayoría social.

Respecto a la guerra, la tensión se agrava y se alarga lamentablemente. Crece la intriga como consecuencia de Vladimir Putin. Muchas detenciones de manifestantes en Rusia y se recluta al mayor número posible de gente. Miles de rusos huyen a otros países con la mochila a cuestas. Admirado por Berlusconi y Salvini, Putin es el responsable mayor del despropósito, y la ofensiva, que repercute a todo el mundo, continúa a lo suyo.

El fantasma de una contienda internacional respira en un momento histórico que es una deformación grotesca que no para. Todo está desbocado. Y los muchos actores geopolíticos, que defienden sus intereses, juegan en el tablero para que la partida no decaiga. Buena es la solidaridad, sí, pero la desestabilización prospera. Las armas nucleares apuntan y casi nadie apuesta por la vía del diálogo. Pierden las personas y los que se baten en el campo de batalla.

Vean que los disgustos van por barrios. Irán y Afganistán, por ejemplo. El papel único de las mujeres como esposas y madres. El hombre controlando el rumbo y la mujer reducida a una función subalterna. Esto se ha sido superando, pese a que haya aún lastres, como en otros aspectos, y siga latente en determinados lugares. Y de qué forma. Las tradiciones, los hábitos y los credos religiosos imponen la ley del más fuerte. Las más cerriles autoridades advierten de que no cumplir con las normas perjudica gravemente la salud. Detienen y matan cuando les place.

Para eso trabaja la «policía de la moral» iraní. Los adalides de la moralidad ejercen la inmoralidad que imponen a los vecinos a golpe de porra o matando para que nadie se salga del redil de la estrechez por la gracia del cielo y de la autoridad incompetente. O sea que a decir «amén» y todos tan contentos por lo visto. Ahora bien, no todas ni todos comulgan con esas ruedas de molino indigestas. No se resignan a residir en una sociedad sometida y rechazan la inquisición y la impunidad de sus dirigentes, que es un hecho cívico y un canto a la libertad pacífica. ¡A la dignidad!

No es fácil romper viejos y fuertes arraigos, no. Aun así, en la participación colectiva, en no resignarse y en la movilización, por tanto, está la esperanza que puede superar a la desesperanza crónica y establecer un futuro algo mejor a fin de que los esperpentos no prosigan. ¿Es pedir mucho?

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