Opinión | LA PLAZA Y EL PALACIO

Resumiendo (en especial para personas de izquierda)

Giorgia Meloni, líder de Hermanos de Italia

Giorgia Meloni, líder de Hermanos de Italia / Oliver Weiken/dpa

1.- En Italia ha ganado la ultraderecha. Y en Suecia, y en Hungría, y en Polonia. Aquí y allá los populismos de extrema derecha avanzan. Podemos minimizar las cosas aludiendo a leyes electorales o haciendo malabarismos con las cifras de participación. No cambian los hechos: Europa no había estado tan a la derecha desde antes de la II Guerra Mundial. No creo que sean grupos fascistas: son otra cosa. Por lo que los gestos de heroísmo partisano sirven de poco: Bella Ciao y el ¡no pasarán! no sirven para nada ahora. Lo grave no es tanto esas victorias puntuales, sino su capacidad de arrastre, en los relatos y en la práctica, a las derechas conservadoras y su potencia creciente para configurar una agenda extremista, disgregadora y potencialmente peligrosa para sectores como emigrantes y mujeres. Así como su convergencia estratégica con Estados autoritarios y la centralidad de un patriotismo omnicomprensivo y excluyente que puede debilitar mucho a la UE.

2.- Las izquierdas están siendo derrotadas. Están objetivamente a la defensiva, aunque no lo sepan. Otras veces ha pasado y no es como para salir corriendo. Lo que hay que reevaluar son las causas del retroceso y las formas en que se ejercita la defensa: los giros indiscriminados a la derecha son tan inútiles como el elogio de las barricadas.

3.-Los grados de derrota son variables y la izquierda conserva potentes recursos institucionales y capacidad de elaborar relatos compartidos por amplios sectores de la población. Estos recursos deben ser los primeros resortes para recuperar espacio político –no solo electoral-. El primero debe ser una redefinición del liberalismo, en el sentido de un conjunto de valores y experiencias a las que anclar la democracia. Porque la inicial exigencia a la izquierda y su mejor elemento de reacción positiva, es la defensa de la democracia deliberativa y representativa, corazón del Estado social de Derecho y de la libertad y la igualdad. No es hora de atajos ni de disgregar mensajes.

4.- En cambio, la mayor debilidad de la izquierda reside en su pérdida de votos entre muchos sectores frágiles de la sociedad. Es como si un muro de incomprensión mutua se hubiera alzado entre las clases bajas y los intelectuales –productores de ideas y símbolos- de la izquierda, incluyendo a los partidos.

5.- Algunas razones se empiezan a apuntar para explicar esta grieta que es, no casualmente, la que colma la ultraderecha. Apuntaré tres. A) La defensa de la diversidad es justa y necesaria pero la izquierda no ha sido capaz de valorar hasta dónde es defendible esa diversidad de manera que sea respaldada por una mayoría democrática, sin la que rebota como un boomerang. El punto de no retorno está en el momento en que la diversidad se convierte, o es interpretada por los débiles, como fragmentación social, otra fuente de incertidumbre, agravada por los juegos de palabras a los que se somete a la sociedad desde la creencia en que cambiando los nombres cambian las cosas. B) El enunciado permanente de principios morales unilaterales por la izquierda permite a la ultraderecha embarcarse constantemente en batallas culturales de la que puede salir victoriosa en muchas ocasiones porque frente a las alambicadas construcciones de las izquierdas, apelan al sentido común. Acusarles de cinismo sólo agrava el problema pues culpabiliza a muchas personas que se limitan a compartir herencias culturales recibidas. En muchos casos esas herencias son deleznables –el machismo o la agresividad frente a la homosexualidad-, pero atacar sin más quizá no sea el camino, y más valdría perseverar en formas de convencimiento. Y en otras cuestiones no está tan claro que todo designio moral pueda ser enarbolado automáticamente, como seña de identidad, por la izquierda –hábitos alimenticios, por ejemplo-. Esos culpables a su pesar es bien posible que muestren su resentimiento negando su voto a la izquierda a la que, además, consideran detentadora de un complejo de superioridad. C) En momentos de indecisión la nostalgia se convierte en un instrumento poderoso y peligroso. Incluso, o sobre todo, la nostalgia de lo que nunca fue. Perdida por la izquierda la idea de progreso, al no haber sido capaz de reelaborarla en la sociedad del riesgo, el futuro se le vuelve esquivo. Pero la derecha se apropia del pasado, como un patrimonio sólido, una materia con la que presumir de gestas imperiales o de familias tranquilas y normalizadas.

6.- El discurso de las izquierdas debería volver a ser materialista, e incluso deducir algunas luchas por igualdades sectoriales a partir de ese materialismo. Centrar el discurso en los valores postmaterialistas arrasa las potenciales ventajas de las izquierdas: aleja a las militancias y a la mayoría de cuadros de la economía –en todas sus derivaciones y matices- y promueve falsos horizontes de armonía y bondad, frivoliza la acción política, que se vuelve débil, facilitando los conglomerados amorfos de afiliados e hiperliderazgos que practican una democracia de adhesión cuando no de aclamación. Las izquierdas no son capaces, ahora, de enarbolar la bandera de la ética y la integridad porque temen que sus actos sean espejo de los de las derechas, porque renunciado a una teoría política propia, limitándose esencialmente a realizar un corta/pega de modas y retóricas y a sentirse felices en sus burbujas de las redes sociales.

7.- Lo que más temería la ultraderecha sería una revitalización sin miedos del discursos europeísta, admitiendo todas sus contradicciones; la defensa activa de la Constitución; un discurso fiscal sostenido en el tiempo que no imagine los tributos sólo como fuente de recursos para servicios, sino como palanca de construcción del valor de la igualdad; un discurso sobre el cambio climático que revele costes y beneficios económicos de acciones decididas; unos cuadros y unas militancias políticas y sindicales preparadas, educadas y formadas en la realidad y no en bellas quimeras; un nuevo discurso de buen gobierno que atienda y disminuya las críticas que se hacen genéricamente a la política, auténtico caladero de votos de la extrema derecha; un pensamiento estratégico que trate de hacer análisis completos de una ciudad, de una Comunidad, de un Estado, de un sector económico, y no el despiece cotidiano de la realidad, trasunto de la fragmentación social en la que necesariamente hay perdedores; una mayor atención a las consecuencias sociales de la innovación tecnológica.

8.- La unidad forzada suele salir mal. Pero las políticas de los partidos de izquierdas que acaban por tener como mayor oponente a los otros partidos de izquierda son celebradas con la abstención por antiguos votantes y festejada con gozo en los cuarteles de la ultraderecha.

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