Opinión | Tribuna

Una medalla de brillantes

Una medalla de brillantes

Una medalla de brillantes / Francisco Moyano

Las ciudades en general, también Marbella, acostumbran a contar con un pormenorizado catálogo de distinciones y honores. Así nos encontramos con el nombramiento de hijo o hija adoptivos o de hijos predilectos, según sean nacidos en la ciudad o en otro lugar. Igualmente contamos con la concesión cada año de las Medallas de la Ciudad y los nombramientos de ciudadanos y ciudadanas honorarios, generalmente coincidiendo con la festividad del Día de Andalucía. Tenemos ejemplos de estas concesiones que nos trasladan a los años veinte del pasado siglo con el nombramiento de hijo adoptivo en favor de Enrique del Castillo, fundador de la Sociedad Recreativa y Cultural Casino de Marbella, quien, con una breve estancia en la ciudad llevó a cabo una intensa labor benefactora. A comienzos de los años treinta, recibe similar nombramiento Ramiro Campos Turmos, ciertamente bastante visionario sobre el futuro de Marbella y quien había proporcionado sensatos consejos al respecto. En ambos casos también terminarán contando con un lugar privilegiado en el callejero. Especialmente significativo fue el nombramiento de hijo adoptivo para alguien tan importante para la Historia de Marbella como fuel el Marqués de Ivanrey, Ricardo Soriano Scholth. Fue en el mes de marzo de 1952, siendo alcalde Antonio Montero Sánchez, cuando, a propuesta del teniente de alcalde Guillermo Alcalá López, la corporación aprueba la concesión de ese honor a don Ricardo, al tiempo que acordaron dar su nombre a la calle comprendida entre el final de la de Ramón y Cajal y el Camino del Calvario. Guillermo Alcalá fue quien sustituyó a Antonio Montero en la alcaldía. Al mismo tiempo se acordó dar los nombres de José Antonio Girón de Velasco (ministro de Trabajo) y Saturnino González Badía (jefe de la Casa Militar del Jefe del Estado) a sendas calles. Al grupo de viviendas de los pescadores se le puso el nombre del ministro secretario del Movimiento, Raimundo Fernández Cuesta. Esta decisión del Ayuntamiento fue trasladada al Gobierno Civil donde recibió el visto bueno del gobernador García del Olmo, muy cercano a Marbella, donde en 1951 había inaugurado una escuela en Las Chapas con su nombre. Sus relaciones con el alcalde Montero no eran demasiado buenas. Pero Marbella no contaba con una condecoración tan usual en otros lugares como era la Medalla de la Ciudad. El alcalde, muy consciente de la repercusión que Marbella comenzaba a tener en toda España y más allá de sus fronteras, entendía que se debían adoptar pautas que resultaban beneficiosas para conferir importancia a otras ciudades. Para variar la situación, se convocó pleno extraordinario para el 12 de marzo de 1958, ocupando la alcaldía Francisco Cantos Gallardo. El motivo exclusivo era la creación de la Medalla de la Ciudad, con el objetivo de reconocer la entrega y beneficios que había recibido Marbella, y la Costa del Sol, por parte de organismos de diferente entidad, así como personas, lo que, según el alcalde, había posibilitado la consecución de grandes proyectos para la zona. La corporación llegó a la conclusión, de acuerdo con el alcalde presidente, de que «con nadie estamos más obligado en un vínculo de reconocimiento que con nuestro Generalísimo Franco, que ha hecho posible este resurgimiento de nuestra Patria y, con él, el de nuestra querida ciudad. A él pues debe otorgarse la primera medalla en la categoría única de brillantes». Se expresaba que posteriormente había que redactar el reglamento de distinciones y comenzar con el reconocimiento de las diferentes personas y esferas públicas y privadas que hayan trabajado en pro del interés de Marbella. El acta de pleno recogía textualmente que «la corporación acordó unánimemente crear la medalla de la ciudad, en sus categorías de brillantes, oro, plata y bronce y conceder la primera medalla de brillantes, con carácter de única, a su excelencia del Generalísimo Franco, como expresión mínima de agradecimiento del pueblo de Marbella a su gran generosidad y a su constante laborar por España». Sesenta y cuatro años después, sigue concediéndose esa distinción, con una sola categoría. Posiblemente recibir un galardón como este, lejos de dormirse en los laureles para el receptor, suponga un necesario aumento en el compromiso con Marbella. Especialmente en una ciudad como esta en la que lograr cualquier cosa requiere de un esfuerzo añadido, situación en la que la falta de entendimiento entre administraciones tiene mucho que ver.

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