Opinión | Viento fresco

Mosqueo

Las moscas son un gran tema, ya nos lo dijo Monterroso. Los guisantes y la traición tampoco están mal

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mosqueo / Jose María de Loma

A veces pasa una mosca y tiene uno que meterla en el artículo. Augusto Monterroso, el autor del relato hiperbreve más celebre de la historia, que cuando murió el relato todavía estaba allí, metió las moscas en sus libros y en sus ensayos y aforismos y nos dejó dicho que «hay tres temas: el amor, la muerte y las moscas». Yo diría también la traición y los guisantes.

La mosca pasa, la meto en esta columna y así deja de distraerme, aunque no viene sola, viene con un asunto, ella misma, la mosca, el mosquerío, el mosqueo. La Mosca es un barrio de mi ciudad y los moscosos son algunos de esos días libres que toman los funcionarios y que vienen del apellido de un ministro, Javier Moscoso. Tal vez el origen de ese apellido fuera «Mocoso» y un escriba generoso le metiera una ese. Pasa mucho. Se ve a la legua que hay apellidos que lo son por el error, la gracia, la guasa o la desidia o templanza de un funcionario a la hora de estamparlo en un documento. Sería un bucle interesante: un funcionario pone en una partida de nacimiento de hace doscientos años Moscoso en vez de Mocoso y luego Moscoso, antes Mocoso, le concede unos días libres a los funcionarios.

Las moscas sin embargo no tienen días libres, no lo parece, siempre tienen abundancia de esas sustancias que las atraen tanto o tienen alguien a quien sobrevolar. No somos nadie a veces si no tenemos moscones que espantar y hay quien de tanto tener la mosca detrás de la oreja ya se ha quedado sordo del zumbido. Por mucho que zumbido sea más aplicable a los mosquitos. A los mosquitos los cazo, no los meto en las columnas. Claro está que en algunas columnas de periódico el mosquito tendría cabida por la mucha sangre que contienen. La pueden chupar y ya echar el día con la panza llena. No así el columnista, que se desangra.

Mi mosca sigue ahí y veo una gota de café algo fresca aún en una de las mesas de la redacción que tal vez sea lo que la está atrayendo. Hay moscas cafeteras como hay hombres filatélicos o tigres descafeinados, ineludibles interludios o epitalamios innecesarios. Moscas de junio se van del buey al burro.

La utilidad de las moscas en mi infancia fue filológica: aprendí gracias a ellas la palabra áptero, que significa sin alas. Aún no he podido meterla en una conversación. A la palabra, no a las moscas. Nadie me ha dado alas para ello. La mosca sigue ahí, como el dinosaurio de Monterroso. Elimino la mancha de café y abro la ventana. Ya la mosca se queda sin estímulos. Y la columna en la que se ha metido está a punto de cerrarse. Qué mosqueo.

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