TRIBUNA

Redescubriendo el Pop Art

José Luis Raya

José Luis Raya

Hay inolvidables momentos en la vida que se quedan grabados en la retina, como aquella mañana en que se abrieron las puertas de un conocido hotel de Torremolinos, allí me topé de bruces con las numerosas obras expuestas de Javier Melús. A los amantes del Arte no les puede pasar desapercibido ese chorro de color, intensidad y vigor que desprende sus variopintas creaciones. Todas ellas herederas del Pop Art. El genial artista, como si hubiera sido tocado por una varita mágica, ha recuperado un estilo que parecía haberse agotado en la década de los ochenta. Nadie puede quedar indiferente ante esos rojos, tonos azulados y anaranjados, amarillos, rosas, blancos y negros: es una explosión de optimismo y alegría. Algo tan necesario en estos tiempos inciertos y pesarosos que nos ha tocado vivir, siempre al borde del cataclismo o del miedo.

El Pop Art se inició a finales de los años 50 en Inglaterra. Muchos recordarán aquella imagen rompedora de título imposible: «Y qué es lo que hace a los hogares de hoy tan diferentes…» de Richard Hamilton. Ese culturista -Mister los Ángeles- posando en medio de un increíble y surrealista salón, junto a una excéntrica joven modelo, rodeados a su vez de numerosos objetos reconocibles y simbólicos; nos advierten de los peligros del consumismo desaforado de aquella América instaurada en el todopoderoso dólar. Curiosamente, todo lo que el género criticaba, le sirvió de base indiscutible para seguir generando magníficas obras de arte. Todos recordamos igualmente las icónicas y memorables creaciones de Andy Warhol: Marilyn o las latas de sopa Campbell. Warhol, además, venía del mundo de la publicidad, por lo que aquella crítica inicial de Hamilton fue reconvertida en otro concepto. Incluso, llegó a dirigir varios filmes. Tendremos que avanzar más de una década para ensimismarnos en el 72 con aquel cuadro de David Hockey ‘Pool with two figures’. La primera vez que lo vi (quizás en el MoMA) quedé fascinado por ese expresionismo surrealista y ese mensaje arcano que no supe descifrar. No en vano llegó a pagarse una millonada por esa obra, lo máximo alcanzado en su momento por un artista vivo. Sin embargo, las confluencias más evidentes de Melús, creo que se hallan en el propio Warhol, Basquiat y, sobre todo, Roy Liechtenstein.

Pues bien, la fascinación volvió a fecundar mi mente al apreciar las explosivas creaciones de Melús. Esa algarabía de colores entraña una maestría y un equilibrio admirables, seguramente herederos de su propio brío y de su proporcionalidad, acunados en su mismo carácter, lo cual forjó una treintena de medallas nacionales e internacionales practicando otra de sus pasiones: el piragüismo. Unos treinta metales atesora, encumbrando a España en el podio de las competiciones mundiales. Pienso que toda su vida ha estado dirigida hacia esta etapa cargada de vigor, vitalismo, dinamismo y equilibrio al mismo tiempo. Su atlético pasado y su carácter templado han enervado toda su obra, potente y fibrada como el mismo artista.

No hay duda del evidente talento de Javier Melús. Nos ha llegado una bocanada de aire fresco que nos endulza esta vida tan insegura y voluble que nos ha tocado vivir. Transmiten optimismo y alegría todos los iconos, que son perfectamente reconocibles por cualquiera: Popeye, Mazinger, La Gioconda, Mickey Mouse, Tintín, La Pantera Rosa… Las influencias del cómic y de la publicidad son los ejes que vertebran al Art Pop y en esto JM es un purista. No traiciona, en absoluto, las bases de la corriente artística, lo cual, auguro, que encumbrará al genial pintor al podio de los representantes españoles en este género. Volverá a otorgarnos muchas medallas de oro. Se lo va currando a golpes de remo. Sería justo que fuese subiendo como la espuma y no lo recordásemos póstumamente, como a aquel pintor postimpresionista que se cortó su propia oreja.