El ocaso de los Dioses

Nos están tomando el pelo

Rafael Simón Gil

Rafael Simón Gil

Quizá alguna de ustedes dos haya experimentado en ocasiones -cada vez más frecuentes- esa surrealista y molesta sensación de que le están tomando el pelo descaradamente, sin anestesia, mientras mantiene una conversación presencial o virtual con alguien, o cuando le cuentan cualquier historia, le facilitan unos datos o le venden los 20/30 tomos (agenda) de la ideología dominante. Suele ocurrir cuando marca el número de teléfono de la Administración, de una compañía de telefonía, para reclamaciones y quejas de una línea aérea, para devolver un producto o darse de baja de un servicio, o cuando intenta contactar con el banco donde tienen ellos su dinero, su dinero de usted, no el de ellos. Es la venganza anónima -sin rostro, nombre ni apellidos- de un mundo gobernado por la absoluta falta de respeto al ciudadano, por la desconsideración más despótica contra el consumidor y por el maltrato cínico, constante y consciente contra el administrado que, con sus impuestos, paga todas esas fiestas a las que, encima, nunca es invitado.

Trasladada la reflexión al mundo de la política, de la información, de la realidad social, económica y vital del día a día ciudadano, las cosas aún se ponen más feas. Ahí van algunos ejemplos sin anestesia. Un pueblo se va a dormir con la certeza de que en la cama no se acostará con los separatistas o con la extrema izquierda y, al levantarse, se da cuenta de que los tiene compartiendo lecho y apropiándose de las sábanas. Llega un virus de China que no va a traer más de dos o tres contagios y, al cabo de un par de semanas, colapsa el sistema sanitario. La inflación apenas afectará sus bolsillos y, en dos meses, ustedes dos tienen que salir urgentemente del supermercado hacia el banco para pedir un crédito y poder pagar la bolsa de la compra. Dicen que topan el precio de la luz y, al día siguiente, se agotan las existencias de velas. El que luego fue tu presidente del gobierno anuncia que va a traerse de las orejas al huido Puigdemont y, un par de años más tarde, es el fugitivo quien corta las dos orejas. Un partido político y su socio con el que gobierna, arrebatados defensores del pueblo saharaui, de su derecho a la autodeterminación, dicen que van al cine a ver una película de arte y ensayo y, cuando miras la cartelera, resulta ser Lo que el viento se llevó.

Estos podrían ser algunos de esos momentos en que te paras a pensar y dices: me están tomando el pelo. ¿Y qué más da?, piensan ellos y ellas sabedores de que cuando diseñan un modelo de sociedad acobardada, cautiva, desnortada, amenazada con que si no es obediente, sumisa y silenciosa, le caerán todos los males pandémicos y medioambientales del universo (incluso también los atómicos putinescos). Una sociedad que debe mendigar un mal puesto de trabajo o, peor aún, sumarse a la larga cola de la subvención y la limosna gubernamental. Una sociedad a la que pretenden convencer de que sus mayores problemas no son llegar a final de mes, encender la calefacción o morir de frío, comer ideología en vez de cocido, sortear cuál de las hijas va al colegio y qué hijo se queda en casa, rezar para que una intervención oftalmológica te llame a tiempo para no quedarte ciego, o si podrás cobrar la pensión antes de que estalle el sistema. Una sociedad a la que le venden ellos y ellas que el mayor y más urgente problema al que debe enfrentarse es la ley Trans, el solo sí es sí, la memoria histórico-democrática bilduetarra, la exhumación de los restos de José Antonio, el ausente, o los que Queipo de Llano, presente, o no comer carne porque así no habrá tantas vacas tirándose peos. Una sociedad así, ahora sí, es una sociedad a la que le están tomando el pelo. Otros lo llaman prevaricación ideológica inducida.

Por eso no deben extrañarse de que las tomaduras de pelo sean una constante instalada en quienes nos gobiernan. De ahí que mientras se debate en el Congreso la obligación más importante del Gobierno, los Presupuestos Generales del Estado, Pedro Sánchez y su esposa, Begoña Gómez, consumada experta en asuntos africanos, se den una vueltecita por el África anglófila, Kenia y Sudáfrica, para no traerse ningún contrato que mejore la situación económica española. Eso sí, pueden plantar las semillas de un fructífero futuro cuando los idus de marzo les señalen -votación mediante- que es hora de levantarse del sillón para visitar la Oficina de Empleo. Aunque han empezado el viaje con mal pie neocolonial al confundir Pedro, marido de la experta africana Begoña, Kenia con Senegal dos veces, debiendo ser corregido otras tantas por el presidente de Kenia, país que dista seis mil kilómetros de Senegal.

Nos toman el pelo con unos Presupuestos que nacen muertos, desmentidos no solo por la realidad económica de España, sino por las pesimistas previsiones de crecimiento del Banco de España; porque según la Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal la economía española entrará en recesión al final de cuarto trimestre de este año y el primero de 2023; porque la OCDE y el FMI han rebajado severamente las previsiones del crecimiento del PIB español. Porque cuando dicen que todos nuestros impuestos van a sanidad, educación, justicia o infraestructuras, que no es verdad, omiten que el gasto público-político superfluo alcanza la cifra de 60.000 millones de euros (¿incluimos las embajadas catalanas en el extranjero, televisiones autonómicas, traductores de euskera, catalán y gallego al español o viceversa en el Senado de España, subvenciones a partidos políticos, sindicatos y patronal, los miles de asesores innecesarios, o es políticamente incorrecto?). Porque mientras ustedes dos hacen malabarismos para pagar un billete del AVE, alguna ministra sin cartera viaja en Falcon a Nueva York rodeada de asesoras para hablar de género y generar selfis con toda la tropa sonriendo. Porque la ruinosa RTVE, ahora controlada férreamente por el Gobierno, aprueba la contratación con el grupo Prisa, editora del diario El País, de un programa por el que pagará 5´5 millones de euros presentado por Julia Otero, que cobraría cerca de 25.000 euros por cada uno de los 13 episodios, unos 300.000 euros en total. Porque dicen que es el chocolate del loro. Porque nos están tomando el pelo. A más ver.

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