360 grados

Hay un fuerte olor a podrido en el Mundial de Qatar

Joaquín Rábago

Joaquín Rábago

La existencia de corrupción en el fútbol no es a estas alturas ninguna novedad, pero sí la magnitud que ha cobrado en la obtención del Mundial por un país fuertemente criticado por sus continuas y graves violaciones de los derechos humanos.

El emirato qatarí, al que paradójicamente hay que agradecer la financiación de la emisora más libre del mundo islámico, Al Jazeera, equiparable en muchos aspectos incluso a la BBC, no parecía el candidato más idóneo para albergar tal acontecimiento.

Y, sin embargo, lo consiguió gracias a sus miles de millones procedentes de la exportación de hidrocarburos, de los que es uno de los mayores productores del mundo, y a la venalidad extrema de muchos de quienes gobiernan el actual mundo del fútbol.

Es un asunto que ha investigado, entre otros, el semanario Der Spiegel, que ha llegado a la conclusión que sólo dos de los veinticuatro dirigentes de distintas regiones del planeta que integran el Comité Ejecutivo de la FIFA, un británico y un japonés, están libres de toda sospecha de corrupción.

Para la revista alemana, el fútbol es un gran negocio «en el que sólo cuenta el dinero y no existe la moral», un negocio en el que, en el caso de Qatar, todo responde a un plan perfectamente ideado por el gobierno del emir Tamin bin Hamad Al Thani, heredero de la familia que gobierna ese territorio desde hace más de siglo y medio.

Sin el dinero qatarí, explica Der Spiegel, Joseph Blatter no habría llegado en 1998 a la presidencia de la FIFA: el Gobierno de Doha el que le proporcionó el avión privado que le permitió recorrer África para su campaña de autopromoción frente a su rival sueco, Lennart Johansson.

Blatter no ha querido nunca revelar quien financió aquella campaña, y cuando le han preguntado por ello, se ha limitado a responder que «el juego ya acabó, los jugadores están en la ducha y ahora toca mirar al frente», como escribe gráficamente el citado semanario.

El emir qatarí ha negado siempre que su país haya recurrido a la compra de votos para conseguir el mundial y denuncia la existencia de una campaña «sin igual» contra su país, pero hay abundantes indicios que al menos apuntan en esa dirección.

Según Der Spiegel, el empresario y político qatarí Mohammed bin Hammam logró gracias a sus millones convertirse en presidente de la Confederación Asiática de Fútbol y miembro de la comisión de finanzas de la FIFA además de jefe del generoso programa ‘Goal’, dedicado a la promoción de ese deporte.

Qatar no sólo colocó a su gente en los gremios de las principales federaciones deportivas, entre ellos al entonces todavía príncipe Tamim, que pasó a formar parte del Comité Olímpico Internacional, sino que llevó todo tipo de campeonatos deportivos mundiales al país del Golfo.

Qatar se hizo incluso con el equipo francés Paris Saint-Germain, colocó en la presidencia del club a un amigo del emir, Nasser Al-Khelaifi, quien no dudó en fichar por sumas millonarias a los mejores jugadores del mundo como Messi, a Neymar o a Mbappé.

Al mismo tiempo, el emirato no dudó en utilizar sus millones para lograr todo tipo de favores de los personajes más influyentes en el fútbol mundial: por ejemplo, Michel Platini, que fue presidente de la UEFA desde 2007 hasta su expulsión en 2015 por corrupción.

No deja de ser significativo que la empresa Qatar Sports Investment contratase a un hijo de Platini para los asuntos relacionados con Europa después de que ése votara a favor de la concesión del Mundial al emirato.

Como es también curioso, escribe Der Spiegel, que el hijo de otro miembro del comité ejecutivo de la FIFA, el belga Michel D´Hooge, lograse un puesto en una clínica qatarí perteneciente a la Academia de Deportes de ese país.

O que la familia del empresario chipriota y también integrante del comité ejecutivo Marios Lefkaritis vendiese al fondo estatal qatarí QIA por 32 millones de dólares una finca en esa isla mediterránea. ¿Pura casualidad?

Pero no es eso todo, sino que, como cuenta también Der Spiegel, Qatar llevó a cabo una campaña de presiones, en unos casos, y de desprestigio público, en muchos otros de cuantos se oponían a la concesión del Mundial al emirato del Golfo Pérsico. Hay un fuerte olor a podrido en este Mundial.

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