Málaga de un vistazo

Puertas al mar

Buen tiempo y temperatura de verano en Málaga a comienzos de noviembre.

Buen tiempo y temperatura de verano en Málaga a comienzos de noviembre. / Álex Zea

Jordi Cánovas

Jordi Cánovas

A nadie le gusta la idea de irse de su casa si es un hogar o se le parece, ni tampoco marcharse huyendo del país o la ciudad que le vio nacer si no le asfixia la vida. A nadie le agrada despedir a sus hijos, a los más pequeños y embarcarles hacia un horizonte de incertidumbres si no fuera peor la certidumbre, si no se les cayera el cielo encima, si no les acosara la desesperación y el drama, el miedo, el hambre o las balas. Nadie cruza el mar con cuatro maderas y sin saber nadar si no le ahoga la tierra de la que escapa. Qué embarazada correría el riesgo de dar a luz en alta mar si no fuera mucho más peligroso no hacerlo.

Hay gente que huye de la extrema pobreza, del expolio insaciable, de la guerra, de las amenazas, de un futuro sin futuro, gente que busca no ya la luz del final del túnel sino el túnel mismo, que lo cava con sus manos, bajo tierra, que lo cruza a nado, a pulmón, con hambre, sed y frío, jugándose la vida, perdiéndola demasiadas veces. Y al otro lado del túnel, la luz no les ilumina, la luz se aparta y les esquiva, al otro lado les ponen nombre de problema y empiezan a ponerles trabas.

Qué triste resulta siempre leer las noticias de inmigrantes que no llegan a puerto, que les cierran las puertas del mar, escuchar a políticos defender que no se atiendan, que no se acojan, que son muchos o demasiados, el efecto llamada, dicen, los que están siempre comunicando o fuera de cobertura cuando llama la decencia.

Qué triste comprobar que somos capaces, como sociedad, de impedir que lleguen a tierra embarcaciones de personas mientras se discute en algún congreso o despacho si conviene o no acogerlos, sabiendo que mientras hablan otros dicen sus últimas palabras.

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