Al azar

El emir de Qatar estaba gordo cuando lo conocí

Matías Vallés

Matías Vallés

Podría presumir de haber estado a solas con el emir de Qatar, que responde por Tamim bin Hamad Al Thani aunque usted ya habrá olvidado su nombre en esta línea. Sin embargo, el jefe de Estado que hoy adquiere una cierta notoriedad estaba acompañado por su entrenador personal y por otro exótico subordinado que después describiré. En circunstancias normales me detendría apenas un segundo en calificar de orondo al jeque. Sin embargo, mostraba tal obsesión por perder unos kilos que espero capear las acusaciones de gordofobia al consignar que el emir de Qatar estaba gordo cuando lo conocí.

Con el envoltorio de Al Jazeera, de la protección a los Hermanos Musulmanes y del rigorismo islamista del emirato de antiguos pescadores de perlas, sorprendía ver al emir con gorra de béisbol, pantalones cortos que en una persona que no valiera 2.500 millones de euros calificaríamos de estrafalarios y un polo cercano a la T-shirt. El vestuario típico del magnate tecnológico, aunque se distanciaba de los nerds en su carácter desenfadado y accesible, que no establecía ninguna diferencia en el trato por posición ni por sexo.

El emir que conocí era profundamente moderno, aunque también absolutamente despegado de las enérgicas instrucciones que le impartía su entrenador. El último Al Thani era un procrastinador que quería adelgazar sin sudar, y aquí entra en juego el curioso personaje que nos acompañaba. Superaba en varias décadas al soberano y su posición es fácil de entender para los fanáticos de las culturas orientales. Era un escriba, que sostenía un iPad como equivalente de la tableta cerámica original. Desde esta posición intelectualmente privilegiada, suministraba los datos que necesitaba el discurso del emir para afianzar sus conclusiones.

La desenvoltura imposible de fingir de Tamim bin Hamid Al Thani quedaba enturbiada por el peso que le atormentaba. Estaba marcado por el precedente de la reducción de estómago a la que se había sometido su padre, el Jalifa bin Hamad Al Thani de la jequesa Moza, que se había sometido a una reducción de estómago antes de ser derrocado en un golpe palaciego por su propio hijo en 2013. Así que imaginen mi sorpresa el pasado mayo, cuando el emir compareció en Madrid hecho un pincel, más en forma que vigoréxicos tan acreditados como Pedro Sánchez o Felipe VI. Mi teoría es que se ha gastado doscientos mil millones de euros en un Mundial para perder kilos, y lo ha conseguido. En algún lugar del desierto debe vagar despedido un entrenador personal.

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