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La «república federal laica» de Sánchez

Pedro Sánchez.

Pedro Sánchez. / EFE

Antonio Papell

Antonio Papell

El pasado día 14, fecha de la gran manifestación en protesta por el deterioro de la Sanidad madrileña, la presidenta Ayuso, manifiestamente fuera de sí, anunció que el presidente Sánchez está encabezando una operación encaminada a proclamar «una república federal laica».

Ya se sabe que los políticos/as dicen sandeces cuando se irritan, quizá porque no es fácil guardar una mínima contención cuando se está todo el día en candelero (que no en candelabro) y a merced de una opinión pública a menudo bronca y desatentada. Por ello, la mayoría de los exabruptos van a la hemeroteca sin pena ni gloria, y allí son convenientemente archivados per in saecula seculorum. Pero en algún caso, alguien los rescata, bien sea por que dan ocasión a alguna consideración conexa relevante o porque sencillamente no se puede dejar pasar en silencio algún relato que pueda inducir a confusión de los analistas y/o historiadores.

Sobre la pintoresca afirmación de Ayuso, conviene evidenciar, de entrada, que muy probablemente la mayoría de los simpatizantes de la izquierda no es monárquica. Y el PSOE, en concreto, nunca ha ocultado su adscripción republicana en sus estatutos, como quedó claro al defender la República durante el proceso constituyente que dio lugar a la Carta Magna de 1978. El grupo socialista mantuvo hasta el final su voto particular al párrafo tercero del artículo primero del anteproyecto de Constitución [el que establece que «La forma política del Estado español es la Monarquía parlamentaria»], que leyó en su nombre el diputado Luis Gómez Llorente ante la Comisión de Asuntos Constitucionales del congreso. El párrafo final de aquel histórico discurso concluía sin embargo textualmente de este modo: «Finalmente, señoras y señores diputados, una afirmación que es un serio compromiso. Nosotros aceptamos como válido lo que resulte en este punto del Parlamento constituyente. No vamos a cuestionar el conjunto de la Constitución por esto. Acatamos democráticamente la ley de la mayoría. Si democráticamente se establece la Monarquía, en tanto sea constitucional, nos consideraremos compatibles con ella».

A partir de aquel momento, este compromiso se ha cumplido con leal puntualidad. Y si durante la época brillante del reinado de Juan Carlos I no hubo conflicto entre la monarquía y la sociedad civil, sino al contrario, es de recordar que cuando saltaron los graves escándalos del anterior monarca, Rubalcaba y Rajoy dispusieron juntos, en patriótico consenso, una lenitiva abdicación que permitió la renovación de la institución con la savia nueva del rey Felipe VI. El nuevo monarca ha encontrado asimismo el apoyo leal de La Moncloa, que ha cooperado en los plausibles esfuerzos de La Zarzuela por modernizar y dotar de la necesaria transparencia a la Corona.

Mientras tanto, ha sido la derecha la que ha tratado de patrimonializar (como en el caso que nos ocupa) a la Corona. A una Corona que está donde está, recuperando su prestigio a ojos vista, porque el PSOE cumple la palabra dada y lo seguirá haciendo.

Conviene recordar, además, que uno de los momentos más delicados institucionalmente para la Corona fue cuando tuvo que gestionar la negativa de Rajoy a presentarse como candidato a la presidencia del Gobierno pese a haber ganado las elecciones de 2015; argumentó que no tenía la seguridad de resultar investido, por lo que se negó a someterse al trámite. El bloqueo, al que parecen tan aficionados los conservadores, estaba servido, ya que el art. 99 C.E establece que «si transcurrido el plazo de dos meses, a partir de la primera votación de investidura, ningún candidato hubiere obtenido la confianza del Congreso, el Rey disolverá ambas Cámaras y convocará nuevas elecciones…». En consecuencia, el Rey no podía disolver las cámaras si alguien no perdía primero la investidura. El monarca le hizo ver la situación a Sánchez, y este se brindó a servir a su país sometiéndose a un ritual que sabía perdido de antemano.

Muchos desconfiamos del monarquismo retórico, vacío y baboso que profesan muchos reaccionarios de pro que rememoran tiempos pasados y es probable que el titular de la Corona se sienta más respaldado por quienes apenas sienten el deber de acompañar a las instituciones vertebrales de nuestro sistema representativo que por aquellos que alardean de vano patriotismo y se pierden luego en la pura adulación.

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